Hace diez años, nada más y nada menos, tuve la oportunidad de vivir algo que mucha gente suspira por tener, un duelo para el que el Coliseo se debería rehabilitar, la épica romana en 90 minutos, el nombre de la región contra los colores de la ciudad, contra la fundación de la historia, contra una simple historia de una loba y ‘sus gemelos’. Ver un Lazio – Roma, en vivo y en directo. Aquello me marcó y sí de por sí el fútbol ya me apasionaba, me hizo engancharme de por vida y de post-mortem.
Una década después volví al país de la maglia rosa, al país de Valentino Rossi, al país de la pasta y de los helados, a donde todo el mundo desea venir con su verdadero amor. Y esta vez, la vida me dio la oportunidad de ir a orillas del mar Adriático, donde juega el Pescara, equipo de los delfines. Ese animal equivalente al perro, pero marítimo, ese animal que a todos los infantes gusta y adoran. Un Pescara – Latina, no llama, lo sé, aunque sea la última jornada de la temporada regular de la Serie B, aunque el Latina se juegue el descenso, por eso he procedido a contar la vivencia.
Apreciando los Apeninos desde el coche llegaba a Pescara con mis compañeros dispuestos a una jornada dura de trabajo, pero lleno de motivación. Cualquier visita a un templo futbolístico se convierte en un sueño hecho realidad, sea cual sea, esté donde esté. Se respiraba ambiente de mar, de esa ‘piscina grande’ que un día bautizó así mi prima pequeña, de ese lugar cristalino que hace de espejo del alma. Empezaba una jornada inolvidable.
Como siempre, algo me tengo que llevar de cualquier estadio en el que estoy y no es una simple foto. Buscando tiendas y chiringuitos, merendando en los aledaños y viviendo con la afición local la previa del encuentro. Una vez en el estadio, mi mente lo asimilaba. Sí, estaba viendo un partido de segunda división italiana, llámenme enfermo, lo estoy. Pero este deporte es la mayor pasión que alguien puede tener, con permiso del llamado ‘Love’. Pues ahí me encontraba yo, en una tribuna de prensa viendo el partido en ‘mute’, aislado por un cristal y saliendo afuera para escuchar los cánticos de ambas hinchadas.
Otra experiencia más y no será la última. Recorriendo el mundo en busca de nuevos estadios, de nuevas concepciones arquitectónicas dignas de ser comparadas con cualquier otro monumento de cualquier imperio. La pelota manda pero más, el ambiente. Ser camaleón de la hinchada es difícil, pero se logra. Hay que mimetizarse con el lugar, con el sentimiento, con la respiración, de manera que te ayude a vivir el partido como un verdadero ‘pescarese’. Da igual si caben 80.000 o 30.000 personas en un estadio, sigue siendo el mismo deporte y una única pasión, el fútbol.
Seguiremos en busca de historias, de relatos, de cosas únicas que queden en la memoria del más escéptico sobre lo que significa esta pasión.
To be continued….
Juan Lorenzana Prieto