- Un renombrado arqueólogo israelí recibió una misteriosa llamada telefónica de un desconocido que lo invitó a reunirse con él y otro respetado experto. En la clandestina reunión, les mostraron una hermosa piedra negra con una inscripción. Los expertos la examinaron y se emocionaron.
Lo que estaba escrito en hebreo antiguo revelaba una maravilla.
Parecía ser la evidencia tan buscada pero jamás encontrada de que hace unos 3.000 años, en el centro de Jerusalén, realmente existió el lugar que la Biblia llama «La casa del Señor», el magnífico templo de Salomón.
El templo fue construido para guardar el arca de la Alianza, el cofre sagrado que contenía los 10 Mandamientos, la palabra del Dios del pueblo judío, y más tarde de los cristianos y los musulmanes, escrita en piedra.
El templo simbolizaba la residencia personal de Dios en la Tierra, entre su pueblo, en su ciudad elegida.
Se mantuvo en pie desde la época del rey Salomón, en el siglo X a.C., hasta que fue destruido por el ejército del rey Nabucodonosor de Babilonia en 586 a.C.
De la Biblia a la tableta
El capítulo 12 de Reyes 2 de la Biblia empieza contando que Joás de Judá, quien reinó un siglo después de Salomón, ordenó recaudar fondos para hacerle reparaciones.
«Todo el dinero consagrado que el pueblo suele traer al templo del Señor, (…) lo deben recibir los sacerdotes, cada uno de mano de sus familiares, para reparar los portillos del templo y todas las grietas que se hallen».
La inscripción en la tableta, aparentemente del año 1000 a.C., describía las reparaciones hechas al templo por el rey Joás, y terminaba diciendo:
«Reparé la construcción e hice los arreglos en el templo y los muros que lo rodean».
La coincidencia era más que intrigante.
¿Auténtica o falsa?
Unos meses más tarde, la tableta fue llevada al Servicio Geológico de Israel para ser autenticada.
Primero examinaron la pátina, una capa delgada que se forma a lo largo del tiempo en la superficie de una roca o piedra por la interacción con los químicos en el aire, agua o tierra con los minerales de la piedra misma.
Los geólogos encontraron que la pátina era continua en el frente de la piedra y -crucialmente- en las letras de la inscripción.
Eso significaba que habían sido grabadas en el pasado lejano.
El paso siguiente fue determinar si la roca se había formado en el área de Jerusalén, su composición química. Efectivamente, encontraron lo que buscaban en las proporciones indicadas.
Habiendo confirmado que era antigua, la gran pregunta era cuán antigua.
Para la datación de carbono, necesitaban que tuviera ese elemento… y por suerte, la pátina contenía algunas partículas diminutas.
Los resultados fueron concluyentes: las partículas eran de circa 2.300 años.
Y un último descubrimiento ayudó a cerrar el caso: la pátina contenía diminutos gránulos de oro, precisamente lo que se esperaría en una piedra que hubiera estado en un incendio en un templo enchapado en oro… como lo describe la Biblia.
En 2003 el Servicio Geológico declaró oficialmente que la tableta era genuina.
El excepcional artefacto fue ofrecido a la venta al Museo de Israel, hogar de muchos de los más grandes tesoros del país.
Suspicacias
Sin embargo, el museo necesitaba saber de dónde venía la tableta.
Hasta su dueño era un misterio.
Fue entonces que la saga de la tableta se volvió muy misteriosa: cuando el museo quiso llevar a cabo sus propias verificaciones, tanto el hombre que la había revelado como la piedra misma desaparecieron.
La Autoridad de Antigüedades Israelí reclamaba respuestas.
Una búsqueda de nueve meses del misterioso extraño que había aparecido con la tableta eventualmente llevó a encontrarlo, un detective privado que había sido contratado por el dueño de la más grande colección privada de antigüedades de Israel, Oded Golan.
Golan insistió en que no era el dueño de la tableta y que no sabía dónde estaba: que había actuado solamente como intermediario.
Pero las autoridades tenían sus sospechas: sabían que él era el dueño del Osario de Santiago, otro artefacto extraordinario que había aparecido hacía un par de años.
Frases modernas
En el pasado, las familias judías usaban osarios o cajas de entierro para guardar los huesos de sus muertos en cuevas o cámaras sepulcrales.
Ésta era muy especial, pues llevaba una inscripción que lo vinculaba a Jesús.
En 2002 había sido declarada la primera evidencia física de la existencia de Jesucristo y causó sensación en todo el mundo.
Que el mismo coleccionista estuviera vinculado a dos artefactos tan extraordinarios despertó sospechas.
Las autoridades registraron el apartamento y los depósitos de Golan y recuperaron tanto el osario como la elusiva tableta.
Era hora de establecer de una vez por todas si ambas eran genuinas.
Esta vez, formaron un comité de lingüistas y científicos para que las examinaran.
Al examinar la tableta, varios lingüistas dijeron que era una falsificación, pues encontraron anacronismos: expresiones cuyo significado era distinto en el hebreo de la época del Templo de Salomón.
Otros expertos señalaron que se sabía tan poco del hebreo antiguo que era imposible estar seguro.
Lo que dijo la piedra
El comité recurrió a la geología.
Yuval Goren, geoarqueólogo y director del Instituto Arqueológico de la Universidad de Tel Aviv, pronto encontró evidencia de que un equipo de sofisticados falsificadores habían llevado a los anteriores expertos por mal camino.
Descubrió que la composición de la pátina del revés de la tableta era distinta a la del frente: estaba formada de sílice, de manera que no se había formado en Jerusalén.
Además, encontró en la pátina del frente algo aún más extraño: fósiles marinos diminutos, muy comunes, si la pátina se hubiera formado bajo el mar, pero el Templo de Salomón no estaba cerca al mar.
Los resultados de estos análisis y otros llevaron a conclusiones distintas a las anteriores.
La pátina de la piedra había sido fabricada artificialmente.
Las partículas de carbón, que produjeron la convincente datación de carbono, habían sido agregadas a mano.
Los fragmentos de oro que sugerían que la tableta había sobrevivido al fuego en una época antigua, eran un astuto toque de gracia.
Respecto a la caja de entierro, era auténtica… pero parte de la inscripción no.
Los expertos situaron la primera parte del escrito -«Santiago, Hijo de José»- en la primera mitad del siglo I d.C.; el resto, «Hermano de Jesús», había sido añadida varios siglos más tarde… unos 20, pues era muy reciente.
Un fraude con conocimiento de causa
Los expertos presentaron sus conclusiones: la tableta de piedra y que el Osario de Santiago eran unas elaboradas falsificaciones.
Y las autoridades tenían claro que se trataba de un equipo de falsificadores que contaba con expertos en varias disciplinas.
Cuando la policía arrestó a Oded Golan e inspeccionó sus propiedades, descubrió en un taller una colección de herramientas, materiales y «antigüedades» a medio hacer.
La evidencia indicaba que estaban lidiando con una operación a una escala mucho más grande que lo que habían pensado.
Los investigadores establecieron que coleccionistas en todo el mundo habían pagado cientos de miles de dólares por artefactos que venían de los asociados de Oded Golan.
Decenas de estos objetos fueron examinados por Goren y todos resultaron ser falsos.
Inevitablemente, surgió el temor de que artefactos hechos por el equipo de falsificadores hubieran llegado a los grandes museos del mundo.
Algunos arqueólogos llegaron a concluir que todo lo que llegó al mercado en las dos décadas anteriores a la revelación sin certificados claros de origen debía ser considerado falso.
Muchos de esos objetos, como la tableta que disparó la investigación, habían sido hechos para aprovecharse del deseo de muchos de confirmar la Biblia como historia.
Sin final
En diciembre de 2004, Oded Golan fue acusado de falsificar antigüedades.
El juicio se extendió hasta 2012, Golan fue absuelto de todos los cargos de falsificación, pues el Estado no pudo probar su caso, y el juez ordenó que devolviera todo lo que había confiscado.
A pesar de todo, las dudas no se acallaron.
El mismo Golan le dijo al periodista Matthew Kalman del diario israelí Ha’aretz -quien cubrió la historia desde el principio», que no estaba seguro de qué era la tableta.
«Puede ser de la época del rey Joás, del siglo IX. Puede ser una copia hecha más tarde de la piedra original que estaba en el Templo, o hasta un intento de registrar en piedra las reparaciones que se hicieron. O puede ser una falsificación hecha hace sólo 100 años. Realmente no lo sé».
Y los expertos, siguen opinando.
En 2016, el profesor Ed Greenstein, de la Universidad Bar-Ilan, Israel, publicó una actualización de su artículo «La supuesta inscripción de Joás: un postmortem», en el que concluye:
«Ningún libro de texto de las antiguas inscripciones en hebreo incluirá el llamado texto de Joás; ningún historiador del antiguo Israel jamás contará con la inscripción como fuente; ningún gramático o lexicógrafo del hebreo antiguo incluirá palabras, frases o formas que se encuentran en la inscripción como datos auténticos».
No obstante, otros expertos, se inclinan para el lado contrario.
Chaim Cohen, de la Universidad Ben Gurion, escribió en 2009, que si se llegaba a comprobar que era una falsificación, «en mi opinión es la falsificación más brillante de todas», mientras que Ronny Reich, uno de los fundadores de la Autoridad de Antigüedades, señaló que «la inscripción me parece auténtica, pues me queda difícil creer que un falsificador (o un grupo de falsificadores) pueda saber tanto de todos los aspectos -físico, paleográfico, lingüístico y bíblico- como para producir tal objeto».
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