-¿Qué pasa Khaled no puedes dormir? Te oigo dar vueltas sin acabar de acomodarte.
-Pues parece que tú tampoco duermes mucho. No sé, pero a veces, me es imposible borrar aquel día en el que cayó el obús convirtiendo nuestra casa en cascotes, nosotros allí debajo cuando vinieron a rescatarnos, y… los cadáveres de padre y madre tendidos allí, mirándonos inertes. Llevaremos siempre aquel horror inyectado en nuestros corazones.
-Escucha, tenemos que intentar sobreponernos. Hemos tenido suerte, a nosotros nos recogió una oenegé, pero a los que siguen allí, es mucho más difícil sacarlos.
-Es cierto. Anda cuéntame esa historia tan bonita de cuando nací.
Ahmad se mete en la cama de su hermano pequeño, le abraza y comienza a relatarle con un resquicio de alegría en el corazón, aquella historia de la que él se acordaba tanto, porque tuvo celos al ver a su padre y a su madre tan alegres al saber que, después de varios años, nuevamente estaba embarazada.
– Me sentí mal cuando madre me dijo: ahora tendrás que compartir la habitación con un hermano-. Las lágrimas andaban cerca al recordar la voz de aquella mujer tan adorable, pero se contuvo. Besó a Khaled y le achuchó contra sí. Prosiguió:
-¡Quién era aquel extraño para venir a dejarme sin mi espacio! Estuve morugo un tiempo, y madre que era muy lista una tarde me sentó en su regazo ya muy hinchado y me puso las manos en su oronda barriga.
-¿Lo sientes? Es tu hermanito, madre intuía que vendría otro varón, que ya tiene ganas de salir, pronto llegará. Un hermano es un trozo de uno mismo. Tu también estuviste aquí metido nueve meses, en este mismo hogar de carne y amor.
-Recuerdo que me produjo muchísima ternura sentir a través de la tripa de mamá tus pataditas. Te movías, estabas allí aunque no te viera, pero te sentía. Desde aquel momento en mi corazón se movieron las ganas de conocerte, de saber cómo serías. Cuando por fin llegaste, me quedé perplejo, eras un bebé precioso, rechoncho y tranquilo. ¡Cuánto cariño se abrochó en mi interior! Al contrario de lo que pensé en un principio, tu llegada fue una explosión de alegría y calma en la casa. Me pasaba largos ratos contemplándote en tu cunita, sin atreverme a tocarte, sólo te observaba y me hacías sonreír al admirar la calma que te envolvía.
Ahmad escucha la tranquila respiración de Khaled, al fin se ha dormido, se dijo. Se acurrucó al lado de su hermano y entró en la fina piel del sueño.
Regüeldo: Muchos de los refugiados de la guerra de Siria, tenían sus vidas acomodadas, unos más que otros, como aquí o en cualquier otro sitio, por eso, deberíamos intentar vernos a nosotros mismos así, para poder comprender que hay que ayudarles y darles asilo, han de rehacer sus vidas. Tienen los mismos derechos que nosotros, todos pertenecemos a esta especie tan capacitada para autodestruirse.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.