Ahmad y Khaled, se han vestido con su ropa de los domingos, como denominaba su madre las prendas que sólo se ponían en los días especiales, y se habían repeinado. Esperaban impacientes que Mazen, el padre de la familia que había compartido con ellos la jaima en el primer asentamiento, viniera a buscarles.
Hoy era un día muy especial, iban a pasar el fin de semana con su segunda familia. Estaban nerviosos y no dejaban de mirar por la ventana de la habitación. Al fin, vieron acercarse a Mazen a la puerta principal del internado. Salieron como una exhalación pasillo y escaleras adelante. Se abrazaron los tres y se dirigieron al despacho del director para hacerle saber que se iban.
Hala, Samir y Ghada, les recibieron llenos de alegría.
-¡Al fin volvemos a estar juntos! Dijo Hala. Aunque sea solo por dos días. Quizás mas adelante consigamos que podáis vivir aquí con nosotros.
-¿Jugamos a las “palabras cortadas”? dijo Khaled.
-Yo aún debo terminar un ejercicio de matemáticas que se me está resistiendo. Comentó Samir.
-Eso lo arreglamos ahora mismo. Trae ese problema, verás como lo resolvemos en un tris-tras. Ahmad era muy bueno con los números.
-Pero deberás explicárselo para que lo entienda, de lo contrario, de poco valdrá que se lo soluciones. Interpeló Mazen
-Por supuesto. Me encantará explicar a Samir cómo llego a la solución, es más, con un par de indicaciones, creo que llegará el solito. El profe de mates, me tiene de ayudante en el internado.
Hala observó con alegría aquella reunión en su casa. Le traía un pedazo de su querido país, del que tuvo que salir con su familia para no perder la vida. Ella, al igual que su esposo consideraba que la religión, en multitud de ocasiones era el mayor enemigo de la convivencia. Todos querían que su dios fuera el único y verdadero. Por él mataban, violaban, masacraban a personas inocentes que no le habían hecho daño a nadie, al contrario, muchos morían en manos de cobardes que se cobijaban bajo el nombre de un dios que ellos mismos desconocían.
Regüeldo: La mejor religión es respetarse a uno mismo y a los demás y no hacerle o desearle a nadie lo que no quieres ni deseas para ti.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo