Desde las últimas décadas del pasado siglo XX muchas han sido las etiquetas bajo las que han sido clasificadas las diferentes generaciones de jóvenes. Desde la Generación X, Y, a las JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparadas), hasta los mal llamados ‘Ni-Ni’, pasando por los ‘mileuristas o los millennials’
Generaciones todas ellas de jóvenes que llegan a un mercado laboral con profundos cambios, bajo las llamadas “nuevas formas de trabajo” del neoliberalismo económico que dijo adiós a las rigideces del fordismo y la sociedad salarial, para dar la bienvenida, con alfombra roja incluida, a la flexibilidad y a la precariedad laboral. Una precariedad laboral instalada ya en nuestra sociedad, que se nos presenta como inherente y necesaria ante las exigencias de un sistema que precisa de nuestro consumo constante a la vez que nos empobrece. Ante esta dicotomía asfixiante, la juventud trabajadora trata de hacerse un hueco en un mercado laboral que lejos de responder a sus expectativas, apenas alcanza para cubrir sus necesidades; un panorama en el que la flexibilidad se convierte en norma, el presente en único escenario posible, y la vulnerabilidad se extiende como vertido sin control.
Frente a este escenario tan real como desalentador, nos preguntamos: ¿Cómo influye la precariedad laboral, la falta de empleo y la ausencia de prevención en la salud de las y los más jóvenes? En el año 2016, según datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, se produjeron 139.923 accidentes laborales con baja en jornada en personas menores de 35 años, de estas, el 55% corresponden a contrataciones de carácter temporal, y un 22,3% a contrataciones a tiempo parcial y fijos discontinuos.
Así mismo, según datos de la Consejería de Empleo de la Junta de Castilla y León, en 2016 la tasa de accidentes por cada 100.000 trabajadores en nuestra Comunidad superaba el 44% para los menores de 25 años, mientras que para el resto se situaba en un 24%.
No son pocas las voces que tienden a identificar juventud con inexperiencia y, por lo tanto con una inevitable mayor siniestralidad, culpabilizando así a la víctima de los mismos, y atentando directamente contra los principios básicos de la prevención de riesgos laborales que señalan que el riesgo debe ser evitado y controlado, más allá de factores o características sociológicas del trabajador o trabajadora. Y es que nada se dice de la relación entre temporalidad, parcialidad, abuso de las subcontratas y modalidades extracontractuales como los falsos autónomos o la mal llamada economía colaborativa.
Es difícil que una persona pueda adquirir la suficiente destreza cuando los contratos se renuevan por meses, días, incluso horas, su perfil es polivalente y su empresa ni siquiera se sitúa en su centro de trabajo. Es complicado también que sepas cuales son los riesgos de tu puesto de trabajo, si no te han formado ni informado.
Y esto es sólo la punta del iceberg, puesto que apenas existen estudios acerca de los riesgos psicosociales derivados de las condiciones de inseguridad en el empleo y mucho menos, en relación a las nuevas condiciones laborales que se nos imponen.
¿Cómo afectan por tanto la incertidumbre, los bajos salarios, la temporalidad o la infraocupación en la salud psíquica de las personas jóvenes? En las llamadas sociedades posmodernas, en las que se suponen ya superados los obstáculos físicos, en que la revolución tecnológica nos permite comunicarnos al instante y trabajar sin apenas esfuerzo físico, es donde precisamente más se está notando este aumento de enfermedades de tipo psico-social, que lejos de ser un mal menor de nuestro tiempo, es un auténtico riesgo de salud pública, una enfermedad social si se prefiere.
Reconocidos pensadores de nuestro tiempo como Ulrich Beck o Zygmunt Bauman ya nos hablaban de una nueva sociedad, del riesgo (Beck) o líquida (Bauman), cuya máxima es la incertidumbre, y la vulnerabilidad del individuo dentro de una sociedad tan sofisticada como excluyente. Sumado a esto, las corrientes neoliberales que asolan Europa y buena parte del mundo, nos han impuesto un modelo laboral en que la competencia está por encima de cualquier norma, y donde cualquier atisbo de seguridad para la clase trabajadora se interpreta como un obstáculo para el desarrollo de la empresa.
Es imposible plantearse una carrera profesional cuando la continuidad en el puesto de trabajo depende del número de ventas del mes y no del trabajo realizado. O cuando te conviertes en tu propia empresa y debes vender tú fuerza de trabajo al mejor postor en este inmenso mercado global, como ya lo hicieran antes los jornaleros de principios del siglo pasado.
Que tu trabajo se encuentre muy por debajo de tu cualificación real y la única salida sea la emigración.
Todos estos ejemplos no son más que factores reales de riesgo físico y psíquico que la juventud trabajadora debe soportar y cuyo origen es único: la precariedad laboral. Hoy, Día Internacional de la Juventud, reivindicamos más que nunca una juventud consciente y organizada en la empresa y en la sociedad.
* Cristina Ochagavía Romero (técnica de Juventud de CCOO de Soria)
* Diego Hierro García (técnico de Juventud de CCOO de León)