Nuestros cuerpos hacen milagros para mantenernos vivos. Uno de ellos es desarrollar un mecanismo para detectar y responder a cualquier cosa que nos amenace. Es una sensación poderosa y primitiva con la que todos estamos familiarizados: el miedo.

La emoción del miedo es un mecanismo vital de supervivencia, diseñado para proteger nuestro cuerpo.

Es la primera línea de defensa contra amenazas potenciales, incluso antes de que hayan atacado.

Lo extraño es que no nacemos con miedo.

Durante los primeros meses de nuestras vidas somos literalmente intrépidos (del latín intrepĭdus: in-no y trepidus -temeroso, nervioso, tembloroso).

Nuestra capacidad para identificar cosas que pueden amenazar nuestra supervivencia es algo que aprendemos de quienes nos rodean.

Es por eso que algunos de nuestros miedos son racionales —tiburones, roedores, arañas, la oscuridad—, pero otros no lo son tanto —monstruos, vampiros, calamares gigantes—.

No miedo… pavor

El miedo es un arma poderosa en nuestra lucha por la supervivencia, por lo que no sorprende que muchos de nuestros miedos sean universales.

El nivel de miedo que sentimos en cualquier situación particular es impulsado por un proceso complejo en nuestro cerebro que apenas estamos empezando a comprender completamente.

Las fobias son un ejemplo de una respuesta al miedo que se está saliendo de control.

En el Instituto Karolinska de Estocolmo, intentan ayudar a las personas con fobias y, al estudiar los intrincados mecanismos neuronales implicados en el miedo, han descubierto una forma en que podríamos controlarlos.

El origen de la valentía

Valiéndose de experimentos en los que monitorean la respuesta de los cerebros de voluntarios a una serie de imágenes, el profesor Fredrik Åhs ha observado la actividad de la parte de nuestro cerebro que procesa las emociones.

«La amígdala permite responder a las cosas muy rápidamente, incluso antes de que estemos conscientes de que estamos viendo algo peligroso», le dice Åhs a la BBC.

Sorprendentemente, parte de nuestro cerebro inconsciente, la amígdala, responde casi medio segundo antes de que percibamos conscientemente la amenaza.

Es un atajo que permite que el cuerpo esté preparado para la acción sin tener que esperar a que nuestro cerebro consciente evalúe completamente la situación.

Pero esta poderosa respuesta instintiva solo es útil si se puede controlar. Y eso requiere otra parte del cerebro.

«Una vez que te das cuenta, la corteza prefrontal puede actuar y decirle a la amígdala que se tranquilice», explica el experto.

¿Eso es la valentía? ¿La valentía, básicamente, es tu corteza prefrontal, diciéndote: «Sé que tienes miedo, pero tenemos que hacerlo de todos modos»?

«Sí, exactamente», confirma Åhs. «Se puede pensar en la corteza prefrontal como un jinete, y la amígdala como un caballo. A veces el caballo se asusta, pero el jinete lo puede controlar», agrega.

Entonces: cuando conscientemente entiendes que lo que estás viendo te asusta, evalúas si realmente es peligroso o no. Y, en el caso de los pacientes de Åhs, al darse cuenta de que no es más que una imagen, la corteza prefrontal le dice a la amígdala que no hay nada que temer.

Fredrik Åhs y su equipo están utilizando la realidad virtual para ayudar a las personas a aprender a controlar sus miedos.

La idea es que si estamos expuestos a algo que tememos, y el resultado es seguro, este recuerdo puede almacenarse.

Así que, sumergidos en el mundo de la realidad virtual, los pacientes se enfrentan una y otra vez lo que los aterra, sin que les haga daño.

La corteza prefrontal puede usar esos recuerdos para calmar a la amígdala y controlar la respuesta al miedo cuando sea apropiado.

Los atrapaserpientes

Brian Hughes se dedica a atrapar serpientes en Phoenix, Arizona, que para algunos podría ser uno de los lugares más aterradores para vivir. Limita con el desierto de Mojave, el hogar de 18 especies de serpientes mortales.

Cuando los residentes encuentran alguna en sus patios traseros, llaman a Brian.

Mientras que las fobias a menudo son temores no solo exagerados e incontrolados sino también infundados y la idea es deshacerte de ellos, cuando se trata de serpientes, el miedo es algo que no debes perder.

«Cada serpiente es diferente. Incluso si las cientas que viste anteriormente hicieron exactamente lo mismo, debes estar preparado para el peor de los casos. Y para que una simplemente haga algo que nunca antes has visto que hagan», le explica Brian a la BBC.

Brian ha aprendido a controlar su miedo, algo que su nuevo asistente Cory tendrá que hacer rápidamente.

«Esta es mi primera vez capturando serpientes. Estoy emocionado de probar, pero también tengo un poco de temor, pues estás lidiando con un animal que podría matarte», señala.

A diferencia de los pacientes fóbicos de Åhs, Cory enfrenta un peligro real, y debe mantenerlo, pero necesita tener suficientes experiencias positivas con serpientes para que su corteza prefrontal lo domestique.

Para lograrlo, observa de cerca a Brian atrapando serpientes, pero sin involucrarse.

Hasta que llega la hora de que los papeles cambien y comprobar si Cory almacenó suficientes memorias para hacer el trabajo sin ser mordido.

El cuerpo frente a la serpiente

En el momento en que Cory ve la serpiente que tiene que atrapar, su amígdala, el centro de miedo del cerebro, envía mensajes para que el cuerpo esté listo para reaccionar.

Las señales nerviosas llegan a las células marcapasos dentro de las paredes del corazón, lo que hace que bombee más rápido, preparando al cuerpo para la acción.

Las glándulas suprarrenales del riñón se activan, liberando la hormona adrenalina, que inunda el sistema, preparando el cuerpo para escapar.

En los pulmones, la adrenalina se adhiere a los receptores celulares, expandiendo las vías respiratorias, proporcionando más oxígeno para alimentar los músculos y el cerebro.

La vista, audición y otros sentidos se tornan más nítidos. En el hígado, la adrenalina facilita la liberación de glucosa almacenada en la sangre, proporcionando energía para los músculos.

En cuestión de segundos, el cuerpo está en un estado de alerta elevado. Pero para hacer su trabajo, Cory no puede dejarse abrumar por el miedo o huir.

Su corteza prefrontal necesita entrar en acción.

Aprovechando la experiencia y los recuerdos acumulados, su corteza prefrontal inhibe las señales que provienen de la amígdala, reduciendo la oleada de adrenalina.

Su cuerpo vuelve a un estado más tranquilo y Cory puede enfocarse en hacer bien el trabajo.

Y lo logra.

Tras controlar su miedo y sobrevivir al peligro, los químicos que llegan al cerebro de Cory lo hacen sentir bien.

«Yo era el tipo de persona que no me acercaba ni siquiera a metro y medio de una serpiente. Después de aprender de Brian y obtener algo de experiencia, quiero seguir trabajando con las serpientes y seguir aprendiendo más sobre ellas», declara.

La química del alivio

Hoy en día entendemos mejor que nunca el delicado equilibrio detrás del desencadenamiento del miedo en nuestros cerebros. Pero si está ahí para protegernos del peligro, ¿por qué a tantos de nosotros nos fascina sentirlo?

Nuestra adicción moderna a la búsqueda de emociones está en realidad profundamente enraizada en nuestro pasado evolutivo.

Es una especie de instinto de supervivencia del que nos apropiamos para divertirnos.

¿Lo dudas? ¿Has notado a cuánta gente le gustan las montañas rusas, quizás incluso a ti?

Lo más importante de la montaña rusa es que te asuste al principio. De ser así, tu ritmo cardíaco se acelera, respiras más fuerte y te sientes extremadamente nervioso.

Tal como le sucedió a Cory cuando se enfrentó por primera vez a la serpiente, tu cuerpo se inunda de adrenalina.

Pero luego se da cuenta de que no vas a morir, sino a disfrutar… y ahí empieza a actuar la química del alivio.

Mezclas serotonina, dopamina, adrenalina y oxitocina, y realmente te sientes muy bien.

Toda esa diversión tiene un propósito evolutivo importante.

Nuestros antepasados se beneficiaron mucho al hacer ciertas cosas arriesgadas, como cazar un mamut lanudo.

Y la euforia que habrían sentido al final de una cacería exitosa les haría querer volver a hacerlo, de la misma manera que los que disfrutan en las montañas rusas siempre quieren volver a montarse de nuevo.

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