Cuando se trata de nuestro cerebro, lo normal no existe. Un nuevo estudio realizado en la Universidad de Yale cuestiona el límite entre salud psicológica y enfermedad. Según sus autores, pensar o comportarnos de forma distinta puede ser saludable. Incluso la ansiedad o la impulsividad pueden tener una función adaptativa.
¿Dónde está el límite entre salud psicológica y enfermedad? Este debate sigue abierto desde hace años entre médicos e investigadores. Existen formas de pensar o comportarse que no coinciden con la idea idealizada de ‘estar sano’.
Sin embargo, un estudio publicado hoy en Trends in Cognitive Sciences sostiene que cierta variabilidad en el razonamiento y el comportamiento puede ser saludable e incluso cumplir una función adaptativa, aunque también complica los intentos de identificar marcadores estandarizados para las patologías.
“Históricamente, la enfermedad psiquiátrica se definía a través de un sistema categórico de diagnóstico donde los trastornos a menudo se trataban como entidades biológicas discretas”, explica a Sinc Avram Holmes, autor principal de este trabajo, doctor en Psicología clínica e investigador de la Universidad de Yale (EE UU).
Recientemente, este campo ha comenzado a adoptar una perspectiva de los trastornos que permite dimensionar el funcionamiento del cerebro y el comportamiento observable, borrando las líneas entre salud y patología.
El nuevo artículo analiza lo que significa tener un ‘cerebro sano’. Plantea que la variabilidad entre la población es deseable e incluso resulta un factor adaptativo, y cómo debemos interpretar las diferencias individuales en la biología cerebral.
“No hay una norma fija”, apunta Holmes. “Existe un nivel de variabilidad en cada uno de nuestros comportamientos”. La ‘variación saludable’ es la materia prima de la que se alimenta la selección natural, pero existen muchas razones por las cuales la evolución podría no llegar a una versión aislada y perfecta de un rasgo o comportamiento.
“Cualquier comportamiento no es solo negativo o positivo. Existen beneficios potenciales para ambos, dependiendo del contexto en el que te encuentres”, subraya.
Por ejemplo, a la búsqueda impulsiva de sensaciones o la predisposición a asumir riesgos para vivir experiencias nuevas –cuyas raíces se encuentran en nuestra historia evolutiva como recolectores– a menudo se le da una connotación negativa. Esta búsqueda de sensaciones se asocia con el abuso de sustancias, la delincuencia, el comportamiento sexual de riesgo y las lesiones físicas.
“Pero si se le da la vuelta, esos mismos individuos también pueden prosperar en entornos complejos en los que es apropiado asumir riesgos”, afirma Holmes. De hecho, suelen ser más extrovertidos y realizar más ejercicio.
Ansiedad, ¿motivación o enfermedad?
Lo mismo ocurre para la ansiedad. “Es posible estar más inhibido en entornos sociales y que le resulte más difícil construir amistades”, dice Holmes. “Sin embargo, esa misma ansiedad, en un lugar de trabajo, es lo que te motiva a prepararte para una gran presentación. O si estás en la escuela, a estudiar para un examen”.
El investigador de Yale señala que es muy posible terminar en un entorno que favorezca la forma en que funcionan nuestros cerebros. Pero, si la variación en cualquier rasgo psicológico es normal, eso hace cuestionarse qué es lo que lo convierte en un comportamiento desordenado.
«Si te centras en un único fenotipo, no hay una línea específica que separe la salud de la enfermedad. Debemos considerar múltiples fenotipos simultáneamente», indica Holmes. “Puede que no sea posible identificar de forma aislada los componentes individuales del funcionamiento cerebral que separan las poblaciones sanas y las pacientes”, confiesa a Sinc.
Las enfermedades psiquiátricas surgen a través de interacciones que vinculan la función cerebral, el comportamiento y las experiencias. Para comprender la relación entre la biología del cerebro y el riesgo de patologías, habría que estudiar cómo se integra la información en las redes cerebrales, cómo se relacionan los comportamientos y cómo las personas responden a contextos y ambientes.
“Entonces sí podrían surgir huellas dactilares multifacéticas de lo que supone un trastorno. Sin embargo, para identificarlas se debería incorporar genética, neurobiología y un muestreo conductual denso de individuos y de los entornos en los que viven”, puntualiza el autor.
Holmes insiste en que no es apropiado pensar en si un rasgo único es bueno o malo, saludable o no saludable. “En nuestra sociedad todos nos esforzamos en alcanzar algún ideal arquetípico artificial, ya sea físico, de inteligencia o personalidad. Pero debemos reconocer la importancia de la variabilidad, ya que supone un propósito adaptativo en nuestras vidas”, concluye.
Referencia bibliográfica:
Trends in Cognitive Sciences, Holmes et al.: «The myth of optimality in clinical neuroscience» http://www.cell.com/trends/cognitive-sciences/fulltext/S1364-6613(17)30268-1
Fuente: SINC