Samir y Khaled estaban sentados en la mesa de la cocina acomodando los recuerdos, cuando llegó Ahmad de la facultad. Se quedó paralizado cuando descubrió a su primo Samir. Se abrazaron, asomaron las lágrimas, rieron, se abrazaron otra vez. Mientras preparaban la comida, Samir les fue contando su odisea desde que salió del pueblo como soldado. En una emboscada, los otros tres del grupo al que pertenecía, murieron, él quedó contusionado y semiinconsciente bajo el cadáver de uno de ellos. No supo cuanto tiempo pasó, pero al volver a la realidad, notó su cuerpo adormecido, con mucho peso encima, se arrastró y salió de debajo del soldado que yacía encima de él. Cuando se dio cuenta de lo ocurrido, avanzó sigilosamente hacia una zanja que había cerca, allí estuvo un buen rato aún medio ido, haciéndose composición de su realidad en aquel momento. Luego anduvo mucho, hasta que llegó a un conjunto de tiendas de campaña. Avanzó sigilosamente arrastrándose en la oscuridad y agudizó el oído. Eran soldados, pero no conocía su lengua. Le dio un vuelco el corazón, pensó que podía ser una guarnición de ayuda de algún ejército de liberación. Así fue como se incorporó a una oenegé y pudo salir del infierno. Puso todos los medios a su alcance para llegar a la ciudad donde sabía que estaban ellos, les buscó días y días. Cada día salía a recorrer durante horas las calles de la ciudad, quería, tenía que encontrar a sus primos. Y la suerte le había sonreído, ahora estaban allí los tres, juntos de nuevo. Juntos de nuevo, pero con tanto peso en su corazón, tanto miedo guardado en las venas, tantas horas de angustia colgadas en el pecho, tantos líquenes pasados adheridos a la piel de la existencia… -Bueno, de nada vale revolver en la oscuridad, debemos celebrar y agradecer a la vida el encuentro. Dijo Samir.
Mordida existencial: Sin familia, sin rutinas, sin el día a día, sin motivación, con la fe atrofiada por las injusticias que les han obligado a salir de su país, con la duda y el desasosiego de saberse intrusos pero necesitados de ayuda y de calor humano, llegan los refugiados a otro país donde no entienden el lenguaje, ni las costumbres. Llegan buscando un poco de pan y paz, pero a veces, tampoco lo encuentran y se ven introducidos en un embudo por el que no pueden pasar. No me gustaría ser refugiada, y a ellos tampoco. Ellos desearían estar en su país, con sus familias. El destino es caprichoso, nadie sabe cómo amanecerá mañana. Mañana puedo ser yo la refugiada.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo