La existencia de Júpiter, el planeta más grande del Sistema Solar y apreciable a simple vista desde la Tierra, se conoce desde hace más de 25 siglos.

Tal es su tamaño que casi cualquiera, con un sencillo telescopio, puede llegar a observar los trazos de su turbulenta atmósfera, con tormentas gigantescas y vientos que pueden alcanzar los 360 kilómetros por hora.

Pero eso es todo lo que se había llegado a observar hasta ese momento. Algo que está cambiando ahora gracias a la sonda Juno de la NASA, que llegó a Júpiter en julio de 2016 y que desde entonces ha venido desvelando los secretos de sus profundidades.

Gracias a las mediciones que ha realizado Juno, un equipo internacional de astrónomos ha concluido que las corrientes atmosféricas de Júpiter no son simplemente un fenómeno superficial, sino que alcanzan unos 3.000 kilómetros de profundidad.

Campo gravitatorio asimétrico

Ninguna otra nave se había aventurado tan cerca de Júpiter como Juno, ya que la potente radiación que emite el planeta perjudica los instrumentos de medición electrónicos.

Y el resultado ha sido sorprendente: Juno ha revelado que el campo gravitatorio de Júpiter es asimétrico y que ello se debe a las enormes corrientes que surcan el planeta.

La sonda espacial de la NASA fue enviada en 2011 en un épico viaje de cinco años para estudiar los secretos de este gigantesco planeta gaseoso y tratar de comprender cómo son los exoplanetas de composición similar que se encuentran cerca de otras estrellas.

Los investigadores también consideran a Júpiter como una especie de laboratorio donde es posible encontrar fenómenos que no existen en la Tierra, como hidrógeno y helio sometidos a enormes presiones.

A medida que avance la misión se desvelarán más incógnitas sobre este sorprendente planeta.

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