La guerra quemó todas las risas. / Ni hálito de hermosura latía bajo las ruinas. / En los charcos que la metralla, / había habilitado con sangre, / campaban la agonía, / el rugir de la tormenta, la oscuridad. / La respiración, agonizaba lentamente, / sobre el iris cerrado de la cordura. / Boquea el aire de una galaxia / que deja vísceras heredadas del odio / y alienta al abandono. / La vida quedó enfangada / desde la primera ráfaga metálica, / en el pantano de la intolerancia. / El barro derramado, extirpando / nuevas voces, acallando alas. / La guerra sigue quemando las risas. / ¿Qué risas? Si ya no quedan pasos. / Ya no quedan pasos donde aprehender / el camino de regreso. / Racimos de muerte borrando toda huella. / ¿Quién enseñó al hombre / a merendarse al hombre? /¿Quién deshizo la raíz de la calma, / para plantar espinas y lágrimas? / Se agrió el vino de la amistad / en las ánforas cubiertas de óxido. / La guerra quemó todas las risas. / Abrasó las laderas donde el olivo, /el trigo, las vides y las palabras, / crecían al abrigo de la vida. / La vida. La vi. La… Se la tragó el silencio.
Mazem leía temblando el poema de su hija Ghada. Venía publicado en la revista del colegio, con motivo de un monográfico que habían dedicado a la debacle de Siria. Cerró la revista y dejó que aquel diluvio que llevaba tiempo conteniendo, inundara la superficie de la mesa, la piel de sus manos, la tela de su ropa, dejó que calara hasta sus huesos… Releyó: “La guerra quemó todas las risas… / Ya no quedan pasos donde aprehender / el camino de regreso. / Racimos de muerte borrando toda huella.” Recordó a su hermano, que… ¿vivía? en Guta; era un muchacho adelantado a su tiempo, inteligente y febril por la lucha de los derechos y la igualdad. En el horror del recuerdo, resurgió la imagen de una calavera redonda y bella. Se echó las manos a la cara y sollozó en la soledad de aquel momento, maldiciendo la estupidez humana.
Mordida existencial: Vaya esta mordida para los que han tenido que cambiar su destino. A muchos esta mordida no les llegará, habrán encontrado reposo en las cárcavas de las trincheras en el mejor de los casos. Pero otros, mucho menos afortunados, habrán sido sometidos a tortura, o les habrá comido el hambre, el frío, la enfermedad, la soledad, el abandono, la ignorancia humana, el egoísmo (el mayor de todos los ismos). ¡Qué poco hemos evolucionado! Nos seguimos matando sin reflexionar en que matar al otro es matarse a uno mismo.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo, León