El rigor del invierno se estaba yendo con la llegada de una esperada y tardía primavera. El sol iba ganando terreno en aquella tierra de todos y de nadie, en aquella casa repleta de recuerdos, en aquella habitación henchida de abrazos, de zozobras, de risas y de penas a medio terminar.
El era así. Siempre lo había sido y ahora ya era tarde para cambiar. Ella era como siempre aunque la vida le había hecho creer en príncipes azules y en palacios de cristal. Dos cuerpos bañados de luz… y de sombras, bañados de lazos de colores y de cintas negras de sinsabores. Dos almas unidas por desgracias y que piensan que a ellas les ha llegado la hora de ser felices.
Dejaron recuerdos, aunque sin dejarlos del todo. Dejaron atrás otras vidas, aunque sus vidas anteriores seguían viviendo en ellos. Quisieron dejar atrás las discusiones, los celos y los recelos, las amarguras… Volvieron alguna vez la vista pero solo quisieron ver algunos de los momentos felices que habían vivido.
La habitación se volvió oscura, la casa estaba mucho más tiempo cerrada y la primavera pasó y llegó y se fue el verano. En otoño, todo era más negro, las sombras volvieron y con ellas los recuerdos amargos. Renacieron los temores, los reproches, las incomprensiones y los sinsabores que estaban dormidos.
Cada detalle se hizo amargo, nadie comprendía ya nada y la distancia se hacía eterna aunque estuvieran juntos. Volvieron presagios y… un día, la cuerda se rompió como si fuera un hilo de seda.
Ella volvió a encerrarse en si misma y él volvió al olvido. En un instante, en un solo instante, los sueños se rompieron, las esperanzas se volvieron desesperanzas, las risas se hicieron llantos y los caminos se separaron.
En algún otro lugar, en algún otro tiempo, cuando los caminos ya no se crucen, ella intentará encontrar su lugar y su tiempo y él buscará una nueva forma de ser feliz. Y, quizá algún día, sus caminos se crucen, sus manos se busquen aunque nada más sea que para decirse un nuevo adiós.
Angel Lorenzana Alonso