La persecución para alejar a los lobos de los asentamientos humanos ha culminado en la casi desaparición del animal en numerosos países europeos, como España y Suecia. Tras la recuperación de la especie, un equipo de científicos ha determinado cuáles serían las áreas geográficas del país escandinavo más adecuadas para la redistribución de su hábitat y así impulsar su expansión y conseguir la aceptación social de estos carnívoros.
El conflicto entre lobos y humanos es una lucha por el territorio y el ganado. Esta pugna, que perdura desde hace siglos, ha llevado a la casi extinción de este gran carnívoro en España en los años 70, pero también en otros países como Suecia a mediados del siglo pasado. En los años 60, ya no había poblaciones reproductoras en Suecia y solo quedaban 10 ejemplares en Escandinavia.
Por esta razón, en 1966 el gobierno sueco protegió formalmente a la especie en un país donde el 70% de su superficie está caracterizada por grandes bosques, la mayoría de ellos destinados al comercio.
De los 438.600 km2 que constituyen el país, solo el 3% del territorio está edificado y el 8% corresponde a la agricultura. Bajo la protección del Gobierno, la primera reproducción de lobos tuvo lugar en 1978 y la población empezó a crecer unos quince años más tarde. En la actualidad, la población de lobos suecos supera los 400 individuos.
Estos animales se concentran “en las partes centrales del sur de Suecia, con altas densidades regionales que causan conflictos en las comunidades locales”, relata a Sinc Fredrik Dalerum, investigador en la Universidad de Oviedo y la Universidad de Estocolmo (Suecia).
Los enfrentamientos han provocado la caza ilegal del lobo. Según los expertos, el problema continuará siempre y cuando las autoridades no gestionen los intereses tanto de las localidades más cercanas a la vida silvestre como de los propios lobos.
En este sentido, el plan de gestión nacional de Suecia para los lobos pretende “redirigir la distribución geográfica de la población de lobos a otras partes del país, incluida la zona de cría de renos, que anteriormente estaba desocupada, para disminuir las densidades en áreas donde actualmente son altas”, indica Dalerum.
En un estudio, publicado recientemente en Biological Conservation, este investigador, junto a la científica Therese Eriksson de la Universidad de Estocolmo, ha analizado la progresión espacial y demográfica de la población de lobos suecos de 2000 a 2015 con técnicas modernas de modelado espacial. Los científicos lograron identificar las áreas adecuadas para expandir la distribución espacial de estos carnívoros.
Las mejores áreas para los lobos
Durante los quince años de registros, la población de lobos suecos aumentó de 10 a 60 parejas reproductoras en territorios estables, ocupando un rango máximo anual de 34.800 km2, es decir el 8% del área terrestre de Suecia.
La mayoría de los animales se mantuvieron en las partes centrales del sur del país. Esta concentración se produjo principalmente por “una exitosa estrategia de gestión para mantener a los lobos fuera del área de cría de renos, que ocupa casi la mitad de la superficie”, señala el investigador.
A pesar de que solo una décima parte del país escandinavo estuvo habitada en 2015, cerca del 50% se considera como rango adecuado para el lobo. Gran parte del norte de Suecia, por ejemplo, comprende bosques boreales que podrían ser apropiados como hábitat para este cánido.
“Identificamos posibles áreas de expansión en el sudoeste de Suecia y dentro del área de cría de renos, principalmente en sus partes del sur y centro y a lo largo de la costa báltica”, añade Dalerum.
El éxito futuro de la gestión del lobo sueco requiere un enfoque que promueva la aceptación local por parte de las personas que coexisten con lobos. “Nuestros resultados pueden utilizarse para identificar las áreas donde puede ser más importante trabajar para lograr esta aceptación social”, concluye el investigador.
Referencia bibliográfica:
Eriksson, T. y Dalerum, F. 2018. “Identifying potential areas for an expanding wolf population in Sweden” Biological Conservation 220: 170-181 DOI: 10.1016/j.biocon.2018.02.019
Fuente: SINC