Este fenómeno se conoce como Anomalía del Atlántico Sur. Algunos astronautas han llegado a experimentar «destellos de luz» al pasar por esta zona.

Uno de los fenómenos más extraños experimentado por algunos astronautas es la llamada Anomalía del Atlántico Sur, una depresión en el campo magnético de la Tierra ubicada sobre la mitad sur de ese océano y que afecta tanto a los satélites como a las naves, en ocasiones tripuladas, que se lanzan y orbitan en el espacio.

También llamada coloquialmente el ‘triángulo de las Bermudas’ espacial, esta anomalía no supone un riesgo para los habitantes de la Tierra, pero expone a las personas que lo atraviesan a altos niveles de radiación. De hecho, la Estación Espacial Internacional tuvo que ser blindada para evitar interferencias por parte de este fenómeno.

«Cerré los ojos y vi un gigantesco destello blanco y cegador ante mis ojos, no se escuchaba nada», cuenta el exastronauta de la NASA Terry Virts en declaraciones recogidas por la BBC. Virts experimentó esta anomalía en la quinta noche de su primer vuelo, una misión llevada a cabo en 2010 por el transbordador espacial Endeavour.

Los cinturones de Van Allen

Para saber en qué consiste la Anomalía del Atlántico Sur, primero hay que entender que la magnetosfera terrestre —el escudo protector que protege de las radiaciones del espacio— está envuelta en dos anillos, denominados cinturones de Van Allen, y que esta anomalía se encuentra a unos cientos de kilómetros de la superficie terrestre, en una región del cinturón interior.

Puesto que la Tierra no es una esfera perfecta, sus polos magnéticos tampoco están en línea con sus polos geográficos, se inclinan levemente, y lo mismo ocurre con los cinturones de Van Allen. La Anomalía del Atlántico Sur ocurre donde este cinturón de radiación está más próximo a la superficie terrestre.

Aunque no es peligroso para la Tierra, sí puede causar estragos en los satélites o en naves en órbita como la Estación Espacial Internacional (EEI). «Es un área bien conocida en la que todos los diferentes tipos de satélites, no solo la EEI, sino satélites de comunicación normales, tienen problemas», indica Terry Virts.

«Cada nave y satélite que se lanza al espacio tiene que evaluar cómo puede afectar esta anomalía a sus operaciones», apunta por otro lado a BBC Mundo Stephanie Schierholz, encargada de las comunicaciones de la NASA.

De hecho, la EEI mide constantemente el nivel de radiación y aquellos sistemas más importantes cuentan con un «escudo adicional» para que el trabajo de la estación no se vea afectado, ya que esta anomalía puede generar «problemas con los equipos electrónicos, como que los ordenadores se apaguen y se vuelvan a reiniciar o la pérdida de píxeles en los sensores de las cámaras».

Una manera de proteger las naves y a su tripulación es el agua, explica Terry Virts. «Son grandes bolsas de agua de 23 kilos» que crean el efecto de «paredes de agua», añade. A esto hay que sumar los «destellos de luz» experimentados por astronautas como Virts, si bien no tienen un efecto a largo plazo.

Asimismo, Virts señala uno de los retos a los que se enfrenta la exploración espacial en un futuro: «A medida que vamos más allá del Sistema Solar y nos alejamos de la tierra perdemos el control de una misión en caso de tener que prestar ayuda al instante. Los ordenadores necesitan mejorarse con inteligencia artificial, y cuanto más potentes sean, más susceptibles serán a los problemas de radiación», concluye.

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