Queridos amigos ademaristas, gentes del deporte o leoneses en general.
Me permito la licencia de ocupar unos minutos vuestros para haceros llegar una carta que, lo reconozco, no me hubiera gustado escribir pero la vida hay que afrontarla como viene y con lo mejor que he aprendido en mis muchos años de jugador de balonmano, con deportividad.
El día 25 de mayo disputo mi último partido como jugador en activo, es el final de temporada y aunque me sentía con fuerzas para seguir no lo haré. No me veo en otro equipo que no sea mi Ademar, nuestro Ademar; no me gustaría retirarme en otro equipo que no sea mi Ademar, nuestro Ademar; no me imagino diciendo adiós en otro pabellón que no sea el de los Deportes de mi León, nuestro León.
Cierto que me hubiera gustado seguir una temporada más, muchos lo sabéis. Me sentía con fuerzas y, os voy a confesar algo, todos tenemos un corazoncito y albergaba la ilusión de haber sabido desde el inicio de la Liga que era mi última temporada y así poder decir adiós también en otras muchas canchas en las que he jugado muchas temporadas, en las que me he sentido maravillosamente tratado y se lo quería agradecer. Pero es solo un sentimiento íntimo y cuando se entiende que lo mejor para el Ademar es cerrar esta etapa tengo que decir que acepto que también es lo mejor para mí. Porque lo mejor para el Ademar es lo mejor para mí, eso lo he sabido siempre.
Cuando dentro de unos días salga por la bocana del pabellón hacia la cancha por última vez como jugador en activo no podré evitar recordar aquel primer gol que marqué hace más de 20 años al gran Alexandru Bulligan, una leyenda de dos metros, un ídolo al que batir, porque esto es deporte. Me temblaba todo el cuerpo cuando bajaba a defender después de aquella vaselina que nunca olvidaré, como me va a temblar el día 25 cuando abandone la cancha en un último camino hacía el vestuario, que tampoco olvidaré jamás.
Antes de aquel día había sido un niño que jugó en las categorías inferiores del Ademar, que no se rindió cuando le dijeron que era muy pequeño para este deporte, y la valoración de lo que logré es algo que vosotros debéis hacer, yo os diré que es exactamente lo que había soñado. Ahora entreno a equipos de niños, del Ademar, ¿de quién si no?, y me veo reflejado en ellos. Vuelvo a estar en la parrilla de salida y cuando pienso que el camino es largo y difícil recuerdo que he sentido en carne propia cómo los sueños se cumplen. Y todos sabéis que mi sueño tiene un nombre: Ademar.
Perdonad que me despida con una carta, quería que mi adiós os llegara a todos a la vez. Podría haber sido una comparecencia pública, tal vez debería serlo, pero soy consciente que el borbotón de sentimientos me impediría articular palabra, me derrumbaría. Pero, una vez superado este trance, no dudéis que las puertas de mi casa siguen abiertas a todos, mi teléfono tiene cobertura, Juan García sigue siendo Juanín.
Para este adiós a una etapa he buscado palabras en el diccionario que expresaran lo que os quiero decir, no las hay. Pero nuestros ancianos, nuestras gentes, son un pozo de sabiduría en el que siempre están las respuestas a todo. Hace pocos meses una mujer de 104 años, de Bárcena de la Abadía, cerraba el bar en el que había trabajado 100 años, un siglo, y se despedía de sus clientes con una carta en la que sólo quería decir dos cosas: “Gracias y aunque el bar está cerrado la puerta sigue abierta”.
Y pude saber que era cierta la invitación, que la buena de Ascensión estaba allí, con la puerta abierta, rodeada de sus hijos. Mi invitación también es sincera, os espero, en mi caso con mis padres, con mi familia, los que han hecho posible que haya sido realidad mí sueño, porque ellos fueron quienes posaron en mi mesita los sueños que yo perseguía.
Ascensión me perdonará que le robe su forma de decir adiós: “Gracias, y aunque ya no juegue en el Ademar… el corazón ademarista sigue abierto”.
Pues eso. Nos vemos en la vida.
Juanín García