Koi koi to iedo hotaru ga tonde yuku
«Ven, ven», le dije,
pero la luciérnaga
se fue volando.[
( Onitsura,monje budista siglo XVII)
Llega la viajera a un país del que no conoce la lengua y apenas las costumbres, pero viene provista de un traductor de voz y el compromiso de una guía en español.
Sin problemas, piensa para sí; pero la electricidad japonesa tiene otro voltaje, el móvil se queda sin batería y el adaptador no funciona. Vaya ¿y ahora? Aunque no había comprado todavía el amuleto de la buena suerte, la visitante si tuvo la precaución de apuntar en su agenda el teléfono de Madre Teresa, una misionera escolapia que vive en Tokio desde hace 26 años y que además es hermana de su madre. Y rápidamente llegó este “Ángel de la Guarda” que habla cinco idiomas, para solucionar todos los problemas.
Después, ya todo fue miel sobre hojuelas: visitas a templos sintoístas y budistas, con sus ritos de purificación con agua y fuego, los amuletos para todo tipo de necesidades o peticiones. Las calles repletas de gente, muchos con mascarilla, los restaurantes de “susi” o “ramen(caldo caliente con fideos, huevo duro, carne asada y verdura diversa).
Irashaimasseee, dicen los camareros cuando entras a cualquiera de los establecimientos especializados en los exquisitos platos de pescado crudo o tempura, y lo hacen con una respetuosa cantinela de bienvenida. Porque los japoneses más que hablar parece que cantan. Y de postre “castela” o “pan de castilla”, un exquisito dulce llevado por los portugueses en 1543, cuando quisieron comerciar y evangelizar el país.
Paseamos por Tokio, una ciudad de 12 millones de habitantes bulliciosa, dinámica, donde bicicletas y transeúntes compiten con coches último modelo: Nissan, Toyota, Honda o Suzuki, automóviles que se conducen por la izquierda, asustando a la viajera que pregunta a Shoko, la guía, el motivo de esa forma de conducción. Parece que se debe a como llevaban la espada los samuráis y aunque Japón nunca ha sido una colonia británica, fueron los ingleses los que consiguieron la adjudicación para construir el ferrocarril (uno de los orgullos nacionales), que se conduce por la izquierda.
Grandes avenidas acaban en plazas recoletas como la situada frente a la enorme estación de trenes de Shibuya donde se encuentra una estatua del perro fiel, Hachico, que durante 10 años espero a su amo, el profesor Eisaburo Uyeno. Un lugar querido por los habitantes de Tokio y también por quienes visitan esta enorme ciudad. Un homenaje a una de las virtudes del pueblo japonés: la fidelidad, fieles a sus dioses, a sus antepasados a sus tradiciones. Fieles sobre todo a su país y a su honor. Por eso, se quitan la vida si lo pierden, se hacen Seppuku -suicidio ritual- (la palabra Hara-Kiri no les gusta a los japoneses, cree la viajera que se debe este rechazo a su significado: demasiado literal: Hara abdomen y Kiri: cortar.) Y junto a la fidelidad y el respeto, ese afán por conocer, imitar y mejorar. Han mejorado los coches, los teléfonos, la tecnología solar, la robótica, los dispositivos para llevar puestos-relojes, pulseras….. y los cuartos de baño. Conocieron la existencia del bidé en Europa y decidieron copiarlo ajustándolo al tamaño de sus viviendas. Así es que te sientas en el retrete y puedes poner en funcionamiento diferentes programas: calor para la tapa de la taza, música, chorritos de agua, dirigidos según el gusto del usuario. Una sorpresa.
La viajera visita Senso –ji. (金龍山浅草寺 ) el templo budista de Asakusa Y allí los ritos de purificación, primero con humo, después con agua, y la comprobación de que el sake o vino de arroz gusta tanto a los mortales como a los dioses, pues los enormes toneles donados por las empresas o particulares para propiciar un año beneficioso, se sitúan a la entrada del templo. Faroles, inscripciones, tatamis, y monedas que caen en unas rejillas Y algo que gusta mucho tanto a japoneses como a los viajeros. Los omikuji, papelitos que te cuentan el futuro según tú horóscopo. En los alrededores niños buda con mandilitos rojos cuidando de las almas de los que ya se han ido.
Cerca del templo se encuentra el santuario sintoísta de Asakusa, llamado el santuario de las tres divinidades, lo que se reconoce por la puerta o toriinormalmente de color rojo anaranjado que indica la entrada.
Sintoísmo y Budismo conviviendo, ahora, amigablemente. Las guerras y los enfrentamientos están olvidados y la belleza de sus templos es un aliciente más para aumentar el fervor de los fieles.
Acude la viajera en metro a visitar la residencia convento de las escolapias, trece religiosas de varias nacionalidades tratan con su hospitalidad para jóvenes con dificultades, su trabajo con la comunidad y sus plegarias de convencer a los japoneses de las bondades del catolicismo. Ya lo intentó San Francisco Javier allá por el año 1549 y fue, en principio, bien recibido. Su empeño en evangelizar a los japonéses, cansó a los bonzos e irritó a los daimios a señores feudales, por lo que el Shogun Tokugama Hiderata decidió cerrar las fronteras y ordenó torturar hasta la muerte a todo misionero o japonés convertido que no abjurara del cristianismo. Dos siglos duró el aislamiento de este país que hoy cuenta con alrededor de 509.000 fieles en Japón – menos del 0,5% del total de la población.
Les doy las gracias por su hospitalidad y sus regalos:”Arigató”, Madres Escolapias. Arigató
Son las 10 de la noche en Tokio, en León estarán comiendo pues también en esto, los japoneses van siete horas por delante.
Hay que retirarse, mañana emprendemos viaje a Kioto.
Sobrevolando un mar de nubes, un día de verano del año 2019.
Victorina Alonso Fernández.