-Puedes ayudarme Hala. Clotilde pronunció las palabras con dificultad y agarrándose al marco de la puerta. Hala la tomó en sus brazos y se la llevó al sofá.
-Tranquila, no temas, esto pasará, pero no hay tiempo para avisar a tu hija, así que voy a llamar al 112, necesitas atención médica con urgencia. Al poco rato, llegó la ambulancia. Clotilde agarró fuerte la mano de su vecina Hala.
-No te preocupes, voy a ir contigo al hospital. Hala escribió una nota para su marido que pronto llegaría a casa para comer.
En la ambulancia Clotilde sonrió a su vecina:- Me río porque, cosas de la vida, tú viniste a buscar refugio en este país, y ahora el refugio me lo das tú a mí. Te agradezco mucho todo lo que me nos ayudado a mi hija y a mí. Te quiero.
Hala apretó las manos de su vecina contra su pecho y se las besó. No he hecho nada que no te merezcas, nos has tratado a mi familia y a mí, como la madre que perdimos en la cruda realidad de nuestra tierra. Yo también te quiero mucho. Y no te preocupes, aquí tenemos muy buena sanidad, saldrás adelante te lo aseguro.
En cuanto el personal de urgencias se hizo cargo de Clotilde, Hala llamó a Julia para darle la noticia y tranquilizarla. – Tu madre es muy fuerte, saldrá de ésta.
– Hemos logrado estabilizarla, la intervención ha sido exitosa, a pesar de su edad, han podido sus ganas de vivir. Creo que de ahora en adelante hasta tendrá mejor calidad de vida. Dentro de un rato, podrán visitarla, pero solo unos minutos, necesita reposo y tranquilidad. La doctora calmó la angustia que flotaba en el aire.
Julia y Hala se fundieron en un gran abrazo. Eran hermanas de vida, que muchas veces es más que ser hermanas de sangre. Para ellas Clotilde era el pilar donde apoyarse en los días oblicuos. Desde que se conocieron, una fuerza positiva invadió sus corazones. Como solía decir Clotilde, yo también soy refugiada, porque tuve que venir del pueblo a la fuerza, allí se cerró el futuro, si no querías morirte de asco, y hasta pasar calamidades, tenías que emigrar a la ciudad.
Mordida existencial: ¿Quién inventó la primera frontera? Quizás fuera el primer humano, que no quiso que el segundo humano, pisara sus huellas, sin saber que todas las huellas, son las del mismo ser, que se viene repitiendo desde el inicio.
Y de todos modos, las influencias culturales y religiosas que todos arrastramos, no nos dejan ver que mañana, cualquiera de nosotros puede ser ese refugiado.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo