Como el más noble de los cinco, según la tradición clásica, la vista ocupaba un papel preponderante en las alegorías barrocas de los sentidos. Por ello, puede decirse que Sinestesia está sonando en los ojos de Pablo Basagoiti (Madrid, 1973) desde 2016, cuando decidió abordar a partir de una disciplina que domina -la fotografía-, otra que por entonces le resultaba ajena: la música.
Al reto de dar una imagen al sonido -aspecto recurrente en el arte de vanguardia: Wassily Kandinsky, Paul Klee, John Cage, Yves Klein, Allan Kaprow…-, se sumaba otro en el campo de la representación, pues al autor nunca le ha gustado el género del retrato, ni el trabajo dentro del estudio. Esperaba, por tanto, que la música se convirtiese en un medio de acercamiento al personaje, que dotase al retrato de mayor profundidad psicológica, al mismo tiempo que el retratado se transformaría en un vehículo para plasmar visualmente la esencia de una melodía.
Durante tres años, Sinestesia ha permitido a Pablo Basagoiti establecer un curioso vínculo con parte de los artistas que han pasado por el Museo Evaristo Valle en Gijón, con motivo de conciertos, grabaciones o clases maestras: desde jovencísimas promesas locales, a músicos de larga trayectoria y fama internacional, además de los Virtuosos de Moscú y sus descendientes, estrechamente ligados a la escena musical asturiana desde 1990. Todos ellos aceptaron ser fotografiados entre ensayos, bajo una condición del autor: evocar en sus mentes, mientras la cámara les enfocaba, una pieza favorita, de un compositor de su elección. A veces, era la que interpretarían en pocas horas en una actuación; otras, algo completamente diferente.
Las reacciones ante el objetivo han sido diversas: algunos permanecían inmóviles, abstraídos; otros movían la cabeza o el cuerpo, e incluso se salían del encuadre por la violencia de sus movimientos al tocar un instrumento imaginario. Hubo quienes necesitaron escuchar la música en sus dispositivos móviles o hablar de ella, y también los que fueron simplemente incapaces de soportar el escrutinio del fotógrafo y salieron huyendo.
De las sesenta y dos fotografías que hasta el momento conforman la serie Sinestesia, aún no concluida, se han seleccionado quince para Espacio_E, articulándose el diseño del montaje como un concierto de cámara, con trece músicos que interpretan diez piezas musicales. Además de las representaciones individuales que muestran a un solista evocando un fragmento sonoro, los integrantes del Enol Ensemble -Mario Bernardo, Cristina Gestido, Teresa Valente y Fernando Zorita- dialogan en el mismo cuarteto de Schumann, y sus expresiones parecen figurar una de aquellas alegorías del XVII. Este carácter puramente sensorial de las imágenes se prolonga en las manos de Hrachya Avanesyan y Yuri Zhislin, y el rostro de Elena Albericio, con los trasfondos de Haydn, Schubert y Rachmaninov.
Por el contrario, la que parece ser una reflexión crítica de Emmanuel Hieaux como compositor se relaciona con las meditaciones de Mischa Maisky y Siripong Tiptan sobre Bach y Brahms. Esta línea de experimentación más intelectual que sensorial de la música culminaría con la imagen de Vicenté Alamá y su deleite espiritual y estético a los sones del Officium Defunctorum de Tomás Luis de Victoria
No obstante, será el espectador quien deberá decidir si estas impresiones son ciertas o no, o si, al escuchar en la exposición las músicas que encarna cada artista -algunas de ellas en grabaciones de los propios protagonistas-, el sonido cambia su percepción de la imagen y la capacidad interpretativa y el poder de evocación del rostro de los músicos aumenta, como en una experimentación del montaje cinematográfico.
Contrastan también el volátil Debussy del que habla Bruno Belthoise en tres tiempos, con la increíble fuerza que despliega María Cueva sobre el mismo artista. La potencia de esta imagen, en la que María ha dejado de ser músico para ser música, hace que sea la única de dimensiones rectangulares en la exposición -30 x 60 cm-, aunque las manos de la pianista fueron captadas a ciegas por el fotógrafo, al salirse del campo de enfoque cuadrado con el que disparaba el autor.
Este formato cuadrado ha sido empleado ya por Pablo Basagoiti en proyectos sobre el paisaje y la arquitectura y geografía urbanas, como heredero de la película de 6 x 6 cm de las clásicas cámaras Hasselblad o Rolleiflex, con las que trabajaron maestros como Avedon, Doisneau, Muller o Penn. En Sinestesia responde también a las medidas de los discos de vinilo, que son las de las imágenes: las de un EP, de 17, 5 x 17,5 cm, y las de un LP, de 30 x 30 cm, o doble LP. Es un formato que el autor considera idóneo para componer: para tirar diagonales, horizontales, dividirlo a la mitad, jugar con el centro o los extremos… Un buen formato para ir descartando elementos, tomando decisiones… en un proyecto en que todo tiende al centro, al rostro, al gesto, y en el que la iluminación y los fondos neutros no permiten enmascarar el sentimiento.
Y el centro en Sinestesia es el homenaje a la música, a sus sesenta y dos protagonistas, los músicos, y al espacio donde el autor los escuchó por primera vez: la Fundación Museo Evaristo Valle, que desde su constitución en Gijón en 1981 ha acogido innumerables ciclos de conciertos y tutelado a jóvenes intérpretes locales e internacionales desde el inicio de sus carreras, algunos a muy temprana edad.