Llegamos a Roma después de cinco días de navegación. El barco alberga 2.300 americanos y unos 100 pasajeros más de otros países y con otras lenguas. También unos 800 trabajadores.

El idioma: ingles- americano y en los 13 pisos del barco, todo lo que puedas desear. Desde conciertos a bibliotecas. Sin olvidar los bailes, las competiciones deportivas, los cursos y masajes.

Y tiendas, muchas tiendas, de productos caros y exclusivos..

Se desliza lentamente el barco acariciando la superficie de este mar en calma, ajeno a las pasiones y a las penas que trasporta. Desconoce por ejemplo, la tristeza que muestra esa mujer desayunando sola, inmensa en su gordura, calmando su ansiedad con los ricos alimentos que ha traído hasta su mesa. La miro y me gustaría sentarme a su lado para comentarle cualquier cosa. Pero una vez más me perturba no saber hablar bien el idioma de Shakespeare, lo que hace difícil la comunicación. Tampoco es fácil entender los mensajes y las canciones del baile o del karaoke. Una actividad- la del karaoke- que les gusta a los americanos, casi tanto como los vestidos brillantes, las joyas o el té y los pastelitos distribuidos por todos los rincones del inmenso navío que nos lleva.

Pero estamos en Roma, y si algo hay que decir de la ciudad “eterna” es que está invadida de turistas; todo el país, es cierto, pero en la capital italiana son tantos que en algunos lugares como el Coliseo o la Fontana di Trevi, asustan. Todas las razas, todos los colores en grupos liderados por guías con señales variopintas, intentan grabar en su retina y en la cámara de fotos las maravillas de este lugar. Una ciudad que ha sabido fabular su nacimiento, y que aunque dicen que procede de los etruscos, ha logrado aprovechar lo que tiene y lo que es como hubieran hecho los fenicios.

El guía Adriano podría ser un prototipo de italiano: elegante, guapo, bien vestido, de ojos claros y pelo perfectamente cortado, conoce a la perfección su trabajo y es amable y halagador. Le gusta lo que hace y ama su país.

Después, Pompeya. Situada en la Campania, una fértil región agrícola, la ciudad contaba antes de ser arrasada por el Vesubio, con unas 15 000 personas y con numerosos servicios: El macellum (gran mercado de alimentos), el pistrinum (molino), los thermopolia (una especie de taberna que servía bebidas frías y calientes), las cauponae (pequeños restaurantes), y un anfiteatro.

Hoy con sus recuperadas y restauradas ruinas, la ciudad ofrece un cuadro fidedigno de la vida romana durante el siglo I.

Nos contaba la guía, Roberta, una italiana muy divertida, que vive en las faldas del monte Vesubio, que los habitantes de esa zona están siempre pendientes de una próxima erupción del volcán, y por eso su lema es “Carpe diem” (Vive el Momento).

Con ella recorremos las magnificas ruinas que nos van mostrando cómo era la vida de aquellos hombres y mujeres, pues la brusquedad de la explosión y la capacidad destructiva de las cenizas, piedra pómez, fragmentos de lava, vapores de azufre   y flujos piro clásticos, dejaron sepultados a los habitantes y a sus casas, inmortalizado muchos detalles de su vida cotidiana.

Detalles sobre diversos oficios, tiendas, pequeñas casas de comida, bodegas para vender vino caliente, legumbres o aceite. Hornos para hacer el pan e inscripciones: Salve, lucrum («Bienvenido, dinero»), quizás con intención humorística, en la casa de Sirico o en la Regio VI, Insula VII-5 la casa del poeta Trágico.

Una excelente ordenación de los descubrimientos, permite a los numerosos visitantes y turistas, hacerse una idea de cómo eran los pompeyanos y cuál era su forma de vida. Si algo nos sorprendió a todos fueron los pasos de peatones y las fuentes desgastadas por las manos y que servían para señalar la ubicación de las casas. Más tarde Roberta nos llevo a probar el limoncello y unos bombones de limón con chocolate. Excelente combinación que no se ha desarrollado en otros lugares. Antes nos había hablado de la mozzarella producida tradicionalmente con leche de búfala en su ciudad, Salerno.

Despedimos esta ciudad enterrada durante siglos bajo una inmensa capa de cenizas y nos dirigimos a Salerno. Su hermosa catedral y su grandiosa cripta de San Mateo, habla de grandezas pasadas. Hoy languidece esperando épocas más florecientes.

El Brilliance of the Seas de Royal Caribbean nos espera para regresar a España. La fiesta de despedida fue grandiosa como les gusta a los americanos. No faltó nada: ni música, ni malabarismos tampoco discursos, ni comida especial. Y un detalle sorprendente,   todos y cada uno de los trabajadores de este gran barco subieron con el capitán al escenario del teatro, para despedirse de nosotros.

El barco se desliza sobre un mar en calma. Las pasiones estaban en los camarotes. Vivas, fuertes, inesperadas, violentas.

Como la vida misma.

Victorina Alonso Fernández.