Abrió la ventana de par en par. Desde el aislamiento de su habitación, allí en la residencia, el perfume de las lilas llenó de vida la estancia. En sus pituitarias tembló la emoción de tantas primaveras. Primero florecían los tulipanes y los jazmines, luego la lila, junto a las calas, más tarde el azahar. El derroche de exhuberancias y fragancias hacía presencia en la huerta.
Se retrotrajo a sus años mozos, en casa de los padres, cuando hacía las tareas de la escuela en el huerto sentado, mientras su madre regaba, plantaba, cavaba… Las manos de aquella mujer eran dulces, como el membrillo que cocía en la tartera. Dulces hasta que su hijo se fue a estudiar a la capital, allí perdió el dulce aroma de la vida. Conoció un mundo con otras esencias… mortíferas. Allí se convirtió en un joven altanero y zafio al amparo de sustancias con aromas destructivos.
Remigio se limpió las lágrimas, absorbió el aroma del lilo, quedó absorto durante un buen rato en los ramilletes de las lilas, el color del dolor. ¡Cuánto daño había causado a sus dos mujeres más queridas! Invocó al lilo para que floreciera en su corazón el alivio del perdón. La pandemia le estaba causando recuerdos tan nefastos. Él mismo había provocado otra pandemia de dolor en los corazones de su madre y de su compañera en otros tiempos locos y amargos. Las lágrimas volvieron, lloró, lloró desconsolado hasta que desde la ventana de la habitación de su compañera Rosa, le llegó el eco de su voz.
– ¿Remigio, estás sordo o qué? Llevo llamándote media hora y tu como si tal cosa. ¡Asoma y contempla el lilo! Está precioso ¿No te parece?
Si, le parecía, el lilo estaba precioso, pero él, él sentía dentro de sus entrañas la pandemia que hacía tiempo había propagado en sus dos seres más queridos.
Mordida existencial: Este confinamiento, nos está dejando tiempo para pensar en todo, en todo lo bueno y lo malo que hemos podido ofrecer o sentir desde nosotros hacia otros y viceversa. Pero eso no nos hará mejores si se nos olvida a la vuelta de la esquina. Esta pandemia nos está dejando claro que todos somos todos. Que en todos hay un reflejo de cada uno y que cada uno es una mota minúscula de la grandeza del universo. Si no aprendemos a respetar y respetarnos, no habrá servido de mucho esta dura lección que tanta tristeza y dolor está sembrando en la masa global del planeta.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.