Rosa espera sentada en el banco del pasillo a sus dos amigos, parece que hoy la siesta ha sido más larga. Sujeta en sus manos la carta que ha escrito a una desconocida, para el trabajo del taller epistolar, al que les ha impulsado la animadora de la residencia. La muchacha le había dado unas señas y algunas características de la persona a la que debía ir dirigida su carta. Al principio Rosa se mostró un poco reticente, eso de enviar una misiva a ciegas, a alguien que no conocía, como que no le apetecía mucho, pero viendo que a sus amigos Romualdo y Remigio, no les había ido tan mal, aunque ellos habían sido receptores, al final se decidió.
Por fin Romualdo y Remigio aparecieron.
– Llevo tres horas aquí sentada esperando a que aparezcan vuesas mercedes. Les espetó un poco cariacontecida.
– No se ponga usted así, bella dama. Dijo Remigio sonriendo
– Ni que tuvieses que contarnos algo importante, nos vimos hace un rato, a la hora de comer. Añadió Romualdo.
– Recordareis que os dije que tenía ganas de leeros la carta que le había escrito a la “desconocida” y parece que a vosotros no os importa mucho.
– Pareces una chiquilla nerviosa esperando nuestra aprobación.
– Un poco si, debo decirlo, estoy nerviosa con esto de la carta. Como no conozco a la persona a la que va dirigida, pues debo decir que me enerva la situación.
– Pues hija, precisamente eso, debería tranquilizarte. Anda lee. Dijeron los dos amigos al unísono.
Mordida existencial: Ahora que las nuevas tecnologías y las redes se están apoderando de la comunicación, parece que la comunicación y la información son, en algunas ocasiones, dañinas y malintencionadas. Debemos ser muy cuidadosos y selectivos a la hora de consumir información y documentación servida por Internet y otras redes que si bien usadas, son muy positivas, mal usadas pueden ser una bomba de relojería. Lo digo, ya que antes, cuando nos escribíamos cartas, se cuidaba el lenguaje, las formas, la educación, los modales, en una palabra, había respeto. Y no digamos la alegría, el cosquilleo, la tensión se nos disparaba al recibir una misiva. Es una pena que escribir cartas, esté ya en el cementerio de las cosas perdidas. No estaría nada mal, hacer talleres, como el de los protagonistas de la historia, para recuperar sentimientos y educación.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.