Era media mañana cuando iniciamos el viaje hacia “La Olmeda”
Antes, respetando antiguos ritos, nos despedimos del Teleno. Un Monte sagrado para nuestros antepasados.
De camino, nos dio tiempo a visitar Saldaña, un pueblo con balcones blasonados, una bonita plaza donde se ubica el Museo y otros espacios rodeados de casas con vigas vistas y ladrillo. Arquitectura tradicional que habla de siglos y riqueza.
Hay quien dice, por ejemplo Ángel, que lo mejor de este lugar palentino son las “Ciegas”, unos exquisitos dulces que querían ser rosquillas pero quedaron sin luz; eso nos explica la dueña de la confitería, María Luisa, que enseña con orgullo un Soneto firmado por Eduardo Villamor, titulado “A las Ciegas de la Villa”. Un poema que habla de las bondades de estos dulces. Bondades que compartimos.
Después, el descubrimiento de La villa romana La Olmeda, que nos deja a todos admirados por su sencillez, y belleza. Sin querer, nos trasportamos a ese siglo IV, en el que el lugar alcanzó su esplendor. También en aquel momento la peste y las guerras con los persas y los germanos hacia tambalearse al mundo conquistado por Roma. Por eso en muchas partes del Imperio, los grandes terratenientes se fueron al campo donde vivían alejados de la guerra y de la muerte. Allí se rodearon de tranquilidad y lujos.
Lujos que se deducen de los valiosos objetos encontrados en los cientos de enterramientos descubiertos.
Con una musealización, exquisita, iniciamos el recorrido por los distintos compartimentos que conformaron la Villa: salones, dormitorios, patio central, cocinas, despacho, baños, y letrinas. Nos vamos sorprendiendo con el primor de los mosaicos que muestran su delicadeza en cada una de las salas. Mosaicos que nos hablan también de la cultura de los que habitaron la estancia, de sus usos y costumbres, tan parecidos a los nuestros.
Destaca el mosaico situado en el oecus de la casa, compuesto por una gran cenefa y una escena central con tres temas distintos: una escena de caza, la leyenda del descubrimiento de Aquiles por Ulises cuando el primero estaba oculto en la isla de Esciros, y una cenefa en la que aparecen varios medallones con retratos y una representación de las estaciones del año.
A Mari Luz no había quien la despegara de los mosaicos, maravillada por la finura, pequeñez y delicadeza de las teselas.
Hasta 1968 La Olmeda, guardó para si su belleza y los secretos que escondía; fue Javier Cortés el propietario de los terrenos en los que se asienta, el que los descubrió cuando cultivaba la tierra. Continuó excavando hasta que en 1980 se dio cuenta de que el yacimiento desbordaba sus posibilidades, por lo que llegó a un acuerdo con la Diputación Provincial de Palencia. Esta Institución palentina creó una Fundación, que se encarga, desde entonces, de su gestión.
En 1984 se abrió al público con una cubierta, pero fue en 2009 cuando finalizaron los trabajos de los arquitectos Paredes y Pedrosa que realizaron una obra de gran sencillez y elegancia, merecedora del premio “Europa Nostra” en 2010.
El conjunto de la explotación constaba de dos partes: la villa urbana, residencia señorial, y la villa rústica, donde vivían los trabajadores, ya fueran esclavos o colonos, además de estancias de almacén y cuadras. Esta segunda parte no está localizada.
Después de comer vistamos el Museo instalado en la Iglesia de San Pedro de Saldaña, donde se muestran algunos de los materiales encontrados en las excavaciones.
Esta villa romana de la Olmeda nos habla de nuestros antepasados en una época en la que como ahora, una enfermedad infecciosa azotaba el mundo, diezmaba la población y destruía el orden social y económico que con tanto empeño y maestría construyeron los romanos.
El atardecer nos permitió saludar de nuevo al Monte Teleno, al que los romanos dieron el reconocimiento de dios con el nombre de Mars Tilenus.
Victorina Alonso Fernández, un día de julio de 2020 cálido y hermoso.