Las manos sin papeles, los pies pegados a una losa de madera, en la piel la sal del camino, en el corazón salta la sangre a ritmo de miedo. El cayuco tiembla en la inmensidad del mar, en su vientre de madera desgastada y vieja, se tambalean las vidas de las personas que lo llenan. La angustia forma una nube más densa que la niebla que los acompaña, el mar está enfadado, pero ni una queja en el cayuco, todos callan para concentrarse en la que puede ser su última travesía. Al fin avistan puerto. Llegan para amontonarse en la dársena. No hay sitio, ya no entran más. Pero detrás de ellos, llega otra patera. La muerte anda disfrazada de oportunidad. Algunos de los que han llegado son poco más que niños. Llegan huyendo de la miseria. Y si es mujer, huyendo hasta de si misma. Lo que no saben es que aquí, en el que les han dicho que es el paraíso, no hay tierra, ni trabajo, ni oportunidades para llegar a la vida digna que venían buscando.
– Tienes que leer esto. Comenta Rosa a Remigio. Es terrible lo que una persona puede llegar a hacer, para intentar encontrar una vida digna.
– Te refieres a lo de Arguineguín. Sí es muy triste.
– Bueno es que como sigamos así nos van a invadir. Además le quitan el trabajo a los de aquí. Dijo uno de los internos que jugaba algunos días a las cartas con ellos.
– Tranquilo hombre, que a ti ya no te van a quitar nada. Pero no deberías hablar así, la encargada de la limpieza es extranjera y cómo trabaja, ¿o no?
– Bueno, bueno, bien se yo lo que me digo.
Mordida existencial: Creo que todos y cada uno de los que se arriesgan a venir en condiciones pésimas, arriesgando sus vidas, no vienen en viaje de placer, ni quieran invadir nada. Solo intentan vivir.
La migración es un hecho que no tiene parada. Si tienes hambre, buscarás qué comer, aunque tengas que saltar muros y jugarte la vida. Todos los que lo intentan, son personas igual que los que no necesitamos, de momento, saltar el muro o la frontera, solo nos distingue una cosa; unos tenemos para comer, también de momento, y otros no. La pobreza es la mayor frontera, y por hambre o por guerra, cualquiera que esté en esas circunstancias, hará lo posible por conseguir mejorar. ¿Pero cuántos Arguineguines hacen falta para que nos demos cuenta?
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo