No me extraña que Madrid se autoproclame “zona catastrófica”, lo son.
Seguro que si tienes un amigo o un familiar en Madrid habréis tenido algún roce en estos últimos días a consecuencia de los 50 centímetros de nieve que han caído en la ciudad más moderna, más cosmopolita, más rica y con más recursos de España.
Seguro que tu familiar o tu amigo se habrá sentido ofendido cuando has querido comparar sus 50 centímetros de nieve con los casi 2 metros que han caído en tu pueblo a 400 kilómetros del ombligo de España. Seguro que tu familiar o tu amigo te habrá respondido argumentando que «es que ahí es normal» y «pero es que ahí estáis acostumbrados».
¡Claro! Aquí en los pueblos indígenas del norte, donde vivimos en cuevas alrededor del fuego y vestimos pieles de oso, estamos acostumbrados a que nos caigan espesores de 2 metros. Aquí que nuestros abuelos siguen andando apoyando los pies y las manos no tienen ningún problema para no resbalar con el hielo.
Además como nos dedicamos exclusivamente a la ganadería tenemos un tractor en cada casa para desplazarnos hasta el consultorio médico que desde hace un par de años está a 20 kilómetros de casa. ¿Quién no tiene en su pueblo un hipermercado debajo de su casa, una gasolinera al final de la calle, una farmacia dentro del hipermercado, una estación de metro por cada lado de la acera y un colegio a 10 minutos andando?
Aquí estamos acostumbrados a que las vacas se abran paso entre la nieve sin apenas asomar la cabeza a 25 grados bajo cero, a ver a los ciervos buscar refugio en los alrededores de las casas, a ver la nieve por encima de la ventana, a que cuelguen carámbanos de 1 metro de los aleros en forma de aguja, a que los niños se desplacen en autobús a un colegio a 30 kilómetros de su casa, a que los operarios de las quitanieves queden sepultados bajo un alud mientras intentan acceder a pueblos que llevan aislados durante varios días, sin luz, sin internet y sin calefacción porque no hay ni luz que está averiada ni agua, que está congelada.
Pero parece ser que para ellos somos los indígenas del norte, tribus aisladas en las montañas acostumbrados a este tipo de fenómenos meteorológicos extremos. Y no, a lo que estamos acostumbradas aquí, en el norte, es al trabajo comunal, al sacrificio, a la indiferencia de las administraciones, a tener que resolver nuestros problemas entre nosotros sin apenas recursos, a ser pacientes, a asumir las cosas tal y como vienen, a prepararnos en otoño para el invierno (que siempre llega), a empatizar con quienes están en una situación peor que la nuestra para priorizar las ayudas y a respetar con humildad la naturaleza; con su paz y con su ira.
Quienes mejor entendemos los problemas de la nieve en Madrid quizás seamos nosotros y nos duele profundamente que ahora que vosotros ya sabéis lo que se sufre con la nieve demostréis tanta falta de empatía y abuséis de los recursos que no alcanzan para todos.
Después de veros en vuestros especiales de televisión cómo cunde el caos con 50 centímetros de nieve, cómo se limpian cornisas con espumaderas, trineos tirados por perros, guerras de bolas de nieve en plena pandemia, botellones a 10 grados bajo cero, coches saliendo por las rampas de los aparcamientos, autobuses abandonados en la M30, exhibiciones de snowboard en el parque del retiro, comparecencias de ministros, reuniones de última hora, caravanas de la UME, Cruz Roja, colegios cerrados, vuelos cancelados, confrontación política sobre la toma de decisiones… como para no autoproclamaros zona catastrófica… Que la ciudad más moderna, más cosmopolita, más rica y con más recursos de España se ponga en primer lugar a mamar de la teta no me digáis que no es una catástrofe.
Carlos Fernández Morán
Lucha por la Montaña