El invidivuo sobre la mayoría

Un café por favor.

Si quedamos para tomar un café, y durante el transcurso de la conversación sale el tema político, diremos verdades a medias, diremos lo que nos gusta oír, diremos lo que la otra persona quizás quiera oír, o si buscamos gresca y añadimos unas gotas de licor a la taza, diremos justo lo contrario de lo que la otra persona quiere escuchar.

Es instintivo, los humanos aprendemos por imitación, aprendemos el lenguaje, aprendemos a amar, aprendemos a comer y a jugar todo por imitación. Imitamos a nuestros padres, a nuestros profesores, a los amigos carismáticos, algunos imitan a Dios, y otros – la mayor parte de nosotros – terminamos por imitar a las personas que consideramos individuos de éxito o renombre, por ver si se pega algo.

Epistemología.

Claro después de tanto imitar solo concebimos un modo de ver la realidad, como copia de algo mejor. No en vano Platón proponía una realidad en la que todo lo que veíamos era una pobre imitación de algo mejor, las ideas.

Así, volviendo al café de antes, imitamos a los políticos, personajes que en mayor o menor grado están en nuestro punto de mira, y para bien o para mal imitamos su dialéctica y sus maneras.

¿Pero qué pienso realmente, mientras tomo un sorbo de café para calmar mis ínfulas al escuchar a mi interlocutor, mientras pretendo mantener en pie esa fachada de personaje que he construido para mostrar al mundo, mintiendo y enardeciendo ideas, que en buena medida están en contra de mis intereses al 90% de las ocasiones?

Me voy a casa.

Cuando me quedo a solas conmigo mismo, y cuando me apetece ser honesto y decir la verdad incluso a mi mismo, cosa que no sucede a menudo y que es digna de presenciar pues de ahí nacen los cambios trascendentales en la vida del hombre.

Pienso en el valor indiscutible de la libertad individual. Lógicamente puedo argüir mil cosas para defender el intervencionismo, los impuestos, las leyes, la censura, etc, pero cuando se trata de pensar privadamente solo espero tener una posición de poder suficiente que me permita evitar el sacrificio del individuo por el colectivo. Soy egoísta y pienso en escaquearme, me parece injusta esa imposición venida desde arriba de tener que hacer determinadas tareas para congraciarme con el vulgo y sentirme hermano reecontrado con la divina sociedad.

Bravuconadas.

Cuando me levanto de buen humor, o incluso de mejor humor de lo habitual, me atrevo a decir en voz alta que soy todo un liberal, que defiendo la propiedad privada, que el capital es lo que da libertad al ser humano al permitir disponer libremente de los esfuerzos de su trabajo, y que da un cauce para realizar sus aspiraciones. Luego al día siguiente me sobreviene una fiebre inesperada, quizás fruto del sobreesfuerzo de decir tonterías al azar el día anterior, y entonces me remuerde la conciencia, y cual cristiano dirijo mi fuero interno en procesión hacia el Padre socialista, y agradezco tener una sanidad pública que me permite estar sano sin endeudarme para toda la vida, sin tener que disponer mi libertad y los frutos de mi trabajo al servicio de otros que solo salvaron mi salud a cambio de mi libertad.

Cuando la enfermedad pasa, durante unos días uno se siente justo por volver al redil, y proclama la socialdemocracia, tampoco quiere uno excederse y caer en el marxismo, todavía tiene uno orgullo suficiente para no contradecirse plenamente en aquello de ser liberal.

Encontronazo.

Pasan los días y me encuentro con una amiga anarquista, hablamos de esto y de lo otro, y en cuestiones políticas vemos similitudes y grandes diferencias, pero ante todo me encuentro ante una honestidad no antes vista. Tiene pretensiones individualistas, pero teniendo claro que necesita de otros para sobrevivir, y de ahí que le ponga apellido a su ideología y hable de anarquismo colectivista.

Yo siempre había pensado que el anarquismo era una ideología propia de la etapa adolescente o de vagos, inadaptados o drogadictos que solo prentenden disimular sus fallos en la vida con bonitas palabras. Y quizás sea así, quizás el anarquismo solo es una excusa para cometer tropelías contra el estado de derecho y contra uno mismo bajo el pretexto de la liberación y la revolución. Pero cuando analizo el anarquismo a medida que escucho a mi amiga, veo que es más una posición moral que un proyecto global para todo el mundo.

Sin Utopía.

No existe un Plan Revolucionario Anarquista, tal cosa es el «hazmerreír» de todo el mundo, y bajo ese paragüas se cobijan personajes de toda índole que realmente solo quieren fama a costa de palabras vacías. No se puede imponer la libertad, pues eso en sí mismo es contradictorio, y de ahí que no pueda haber una revolución anarquista. Pero si uno toma el anarquismo como posición moral, la cosa cambia mucho. Ya no se trata tanto de convencer a los demás de lo que deben votar o hacer para que el mundo cambie, si no de convencerse a uno mismo de velar por sus propios intereses procurando proteger a tus seres queridos, es decir creando comunidades, quizás sea muy tribal pero es lo que hay de momento. Entendiendo que el pacifismo es la única vía honesta para alcanzar un verdadero Estado de Derecho, porque lo que no quiero para mi no lo haría a los demás.

Resolviendo el mundo con cafeína.

Cuando vuelvo al café con mi amigo de siempre, la discusión cambia, ya no tengo grandes ideas, solo sé que me importa mi libertad, y me cuesta entonces evitar pensar que al votar al PSOE o al PP, VOX, C’s, PCE, PCE(r) o POSI solo estoy poniendo mi esfuerzo y mi libertad al servicio de otros dirigentes que harán todo lo posible por preservar el cargo, y lo imposible por parecer que hacen algo por mi, su votante, y llegado el final de los cuatro años, me intentarán convencer de que no fue tiempo suficiente para lograr todas las metas, echarán la culpa a la oposición de que faltaran medios, y me volverán a pedir que confíe en ellos para continuar la labor. Es como contratar un pintor que no termina su trabajo en el tiempo pactado, y uno ingenuamente le extiende el contrato indefinidamente con la esperanza de ver terminada su casa algún día.

Como Shinji Ikari.

Ahora cuando me preguntan sobre mi identidad política, soy de los que dice anarquista con la boca pequeña, dando rodeos y grandes circunloquios para evitar la sorna, porque a poca gente le gusta defender sus libertad sin sentirse infantil (así de alienados estamos, que solo es digno defender a la Patria, y es infantil o despreciable defender públicamente tus propios intereses) , nos parece más noble sacrificarse por una gran causa, aunque a la postre todos terminan por postrarse ante el egoísmo abandonando sus grandes ideales por un trozo de pan.

Pero lo que importa es aparentar, y por eso digo que soy anarquista solo entre amigos y familiares, que podrían ser compasivos y entender mis palabras como fruto de algún mal sueño del día anterior, y a la gente en la calle les digo lo que quieren oír, que soy socialista. Así los de izquierdas se contentan con ver otro camarada unido en el sueño de la gran liberación final de la masa obrera, y los de derechas al oírme también se contentan al descubrir en mi al enemigo, al descubrir la esencia de su existencia, que no es otra que contradecir a la izquierda, así como la izquierda tienen en esencia contradecir a la derecha, y finalmente poder fingir que tienen el poder de convencerme de cambiar de bando con hechos y palabras incontestables , desde su punto de vista.

¿Y por qué no dices que eres de derechas?

Porque al final ser anarquista y de derechas viene a ser una misma cosa solo que con un matiz importante que hay que señalar. El individuo de derechas vela por su interés individual con la conciencia de quien reconoce a sus semejantes y busca la justicia y el bienestar solo de su tribu, tribu generalmente poco generosa con el más débil, que hablan de dar dinero a los pobres españoles cuando aparecen imágenes demoledoras de inmigrantes jugándose la vida por llegar hasta nuestro país, pero que cuando se cruzan con un indigente español tuercen con asco el hocico, y miran a otro lado indignados, porque quizás les parazca yonqui, o que huele mal, ¡fíjate un indigente sucio! En España hay ayudas, no es necesario vivir en la calle, que pesado es… y otras lindezas se les viene a la cabeza a los fachas que en última instancia se las dan de patriotas. Resulta que al final para ser indigente hace falta tener clase y dinero, y entonces ya no es necesario pedir, y casi si me apuras el facha estará dispuesto a dar dinero a quien ya tiene, porque «así se mueve la economía».

La bandera como garante colectivista.

Van de colectivistas nacionales que lo dan todo por los demás, por una grande y libre nación, pero en última instancia solo miran por ellos mismos, vamos que más o menos como hacen los anarquistas pero al menos estos últimos no le hacen ascos al pobre o al extranjero porque su conciencia ha evolucionado hasta la de quien sabe que en cualquier momento podríamos ocupar nosotros el lugar de ese indigente y querríamos algo de ayuda o al menos comprensión.

Así que prefiero mentir diciendo que soy socialista porque me congracio, aunque solo sea de apariencias, con el desgraciado y el indefenso, y cuando me quedo a solas me convenzo de que soy anarquista y procuro limar las asperezas que produce el roce con el capitalismo.

Ahora viene con el capitalismo.

Sí claro, cómo no, está en todas partes y en todos los foros de debate, no sería un intelectual si dejara pasar la oportunidad de juzgar al capitalismo.

Hace miles de años la única filosofía existente era «la fuerza legitima», y así el fuerte mataba, violaba, y robaba en virtud de que tras una pelea, o agresión, había salido victorioso, y por eso había guerras constantemente poniendo a prueba la suerte de haber nacido con un cuerpo más o menos ágil, fuerte o inteligente.

Hammurabi.

Viendo que la cosa no iba a parar bien, se idearon las leyes, para que el uso de la fuerza se fuera restringiendo, o al menos es lo que nos han enseñado. El estado de derecho, fruto de siglos de luchas y debates intelectualoides dio en el siglo XX con las democracias modernas en las que asquea ver un asesinato o un robo. Así donde hace siglos encontaríamos a Aquiles como un héroe y un ejemplo a seguir, hoy veríamos a un psicópata que habría cometido crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. (Sí lo de «crímenes de guerra» habrá que dejarlo para otro capítulo, porque hablar de crímenes de guerra como si la guerra fuera algo decente…)

Ahora estamos pues protegidos del fuerte, hay que cumplir un laborioso laberinto de leyes para congraciarse con la sociedad, así los débiles, colectivizados nos hemos impuesto a los fuertes, que son los menos. Pero el capitalismo ha traído otro tipo de individuos fuertes, los ricos, los que por la suerte de nacer más listos o más guapos ganan más lides que otros. El capitalismo ha traído una idea totalmente falsa, la de que hacemos negocios libremente, la de que el fruto de nuestro trabajo lo disponemos de forma libre, pero en realidad cuando yo pago mi iPhone, hay una coacción y por lo tanto una agresión a mi intelecto (cuando menos) la de quien ha sido alienado al hacerle creer que el valor estético prima sobre lo funcional, el de quien cree que no importa si la mano de obra de los componentes es virtualmente esclava en China o la India, tampoco importa si lo que compro tiene una caducidad tan agresiva que estamos llenando de productos tóxicos el planeta, y lo sufren como siempre los pobres, los que viven lejos de nuestros lujos, que es donde va a parar nuestra mierda.

Así que el capitalismo se retrata de nuevo como el sistema donde la fuerza legitima, y en este caso la fuerza es el dinero, si tienes dinero para hacer algo, puedes hacerlo. Y no se lleven las manos a la cabeza, pensando que soy un rojazo, y que siempre estamos con la misma cantinela. ¿Acaso no hay reducción de impuestos para las grandes fortunas y las grandes empresas? En este caso no pretendo envidiar a los ricos, si no retratarlos como los poderosos, los que por la fuerza de su dinero legitiman su posición con independencia de que beneficie a los demás.

Las grandes corporaciones como Apple, Microsoft, Sony, Shell o Verizon son los Aquiles del siglo XXI, y lo son porque como sociedad hemos aprendido a cantar poemas épicos que ensalzan sus carnicerías bursátiles, y cual héroe heleno vemos su sonrisa y sus dorados cabellos ondear al viento mientras nos imaginamos emulando sus hazañas haciendo que nuestro nombre perviva para siempre.

Despedida.

No puede uno identificarse con nada, porque cada día trae sus propios problemas, pero al menos, guiándonos de la decencia de grandes Maestros como Buda, Sócrates o Jesús, quizás podamos al menos reconocer que si algo es digno de alcanzar es la compasión, hacia el débil, el tonto, el diferente, el extranjero. Y esa compasión no es monopolio ni de la derecha cristiana ni de la izquierda marxista, si no de la propia humanidad que como animal lleno de sentimientos no hemos sabido encajar la sociedad con el individuo. De ahí que el anarquismo nos recuerde que antes que ciudadanos somos animales bondadosos, no es necesario tanto decoro y tantas buenas formas para dar un abrazo o mostrar una sonrisa, no era necesaria la democracia ni la revolución francesa para sentir pena por el hambriento, solo es necesaria la humanidad, esa misma que perdemos cuanto más creemos en las leyes y nos olvidamos de nuestros instintos morales.