El camino discurre sin sosiego, sin prisas pero con más pausas que apechugones. El camino hay que hacerlo despacio, muy despacio, mirando a los lados, a lo lejos, parando de vez en cuando para volver la mirada a lo que hemos visto desde el otro lado.
El camino es para poder disfrutarlo. No es necesario llegar con la prisa que nos imponen los que saben de todo. Decía un poeta argentino: “galopeé mucho una vez, y llegué tarde lo mesmo”.
No apresures tu paso, no pienses en lo que queda por andar. Mira a tu izquierda, a tu derecha, a esa persona que llevas a tu lado. Contempla el cielo del amanecer y piensa cuántas cosas te quedan por admirar ese día. Contempla el cielo al atardecer y piensa cuántas cosas has admirado ese día que se está acabando.
Recorre el camino pues es el camino lo que importa. No es el hecho de haberlo hecho ni la cantidad de pasos que has dado. Es la sensación de andar el camino lo que te lleva a seguir caminando. Es el propio hecho de estar haciendo algo lo realmente importante. Eres tú, caminante, lo más importante. Tú y el propio camino.
Vive sensaciones, no cuentes los pasos ni pienses en la fatiga ni en el dolor que te produce el andar. Vive el camino, vive el mundo que le rodea, vive como si nunca antes hubieras vivido.
Esta experiencia se convertirá en inolvidable. Piensa en la cantidad de caminantes que, como tú, han hecho posible que este camino exista, comparte con ellos la vivencia de seguir caminando.
Mira a lo lejos pero no pienses lo que queda por hacer. Ni lo que ya has hecho. Vive ahora, el presente, disfruta de dar un paso más, un paso después de otro, un paso que te acerca más al interior de tu mente y que te proporcionará la dicha de saber que tú lo hiciste.
Otros no. Y ni siquiera lo han intentado.
Ángel Lorenzana Alonso