Lo he visto, mamá, lo he visto.
Gritó alborozada la niña que, sin pestañear apenas, acurrucada al lado de su madre, miraba embelesada a la luna saliendo, redonda, por encima del agua.
La madre la miró, miró a la luna, abrazó a su hija de seis años y dejó que las lágrimas recorrieran su cara, como cada vez que se sentaba en aquel mismo sitio, cada noche despejada y con luna llena.
Nunca había faltado desde hace muchos años, tantos que ya ni los recordaba. La obligaron a salir del valle cuando tenía la edad que ahora tenía su hija. Marchó, casi arrastrada, con sus padres a otro pueblo que no conocía. Y allí maduró y vivió con otros niños con su misma historia, creció yendo a la capital en el coche de línea, a estudiar. Conoció, en la ciudad, al que después sería su marido y se instalaron en un pequeño piso. Nació su hija,,, pero nunca pudo olvidar su valle, ese valle ahora cubierto de agua.
Cada vez que era una noche clara y había luna llena, cogía su coche y se marchaba hasta este mismo sitio en el que ahora estaba con su niña. Siempre le contaba, para que pudiera dormirse, la historia de un bello caballo rubio, con penachos blancos y una estrella blanca en la frente.
Y un día, hace apenas unos días, le contó la historia de “Pinto”, el caballo que ella tenía cuando vivía en el pueblo y le dijo, invitándola a ir a verlo, que en las noche de luna llena, el caballo venía a verla, galopando por encima del pantano, recortado sobre la luna.
Y allí estaban las dos, mirando al agua y a la luna. Y a la sombra de un bello caballo que cabalgaba sobre el agua.
Angel Lorenzana Alonso
Relato publicado en verano de 2020 en “Versos a Oliegos”