– Buenos días Dinosaurio. Dijo Baobab mientras una brisa fría acunaba sus ramas. – Estamos en los días más cortos y bien se nota.
– El invierno está muy cerca y por ese motivo, me pondré en camino hacia las tierras del norte. Como cada año, voy a visitar a mi primo el de Alaska y a su familia.
– Pues te extrañaré, ya lo creo, nos entendemos muy bien y echamos buenas parrafadas juntos, pero la familia es la familia. Que la buena energía te acompañe en el camino. Le despidió Baobab.
Después de jornadas y jornadas, Dinosaurio llegó al lugar en donde vivía su primo. Le recibieron alegres porque tenían muchas ganas de volver a saber de él. Celebraron su llegada, por todo lo alto, con un buen banquete y luego se sentaron en círculo para poder escucharse mejor. Así se creó un precioso clima de cariño y diálogo en el que cada uno exponía sus historias del día a día. Cuando le llegó el turno al más pequeño de los hijos del primo de Dinosaurio, todos agudizaron el oído.
– Yo quiero contaros la historia de Hielo. No sé si los sabéis, pero hace más de mil años, Hielo sufrió mucho aquí, en Alaska y en otras partes del mundo. Parece que ese sufrimiento se debió en parte a la irracionalidad de los humanos, de ahí que Naturaleza los desterrara al submundo. Debido a la huella que los humanos iban depositando en el planeta, Hielo, comenzó a enfermar, se fundía y perdía su poder. El agua de los océanos comenzó a elevar su temperatura y eso podía ser su muerte. Menos mal que Naturaleza anduvo fina y puso fin al naturicidio.
– Querido primo, qué bien se explica tu hijo. Da gusto escucharte chico. Comentó Dinosaurio.
– Bueno, creo que por hoy ya ha estado muy bien. Lo mejor será que nos retiremos a descansar, ya va haciendo sueño, ¿verdad? Dijo el primo de Dinosaurio.
Hielo, desde uno de sus hermosos glaciares, le hizo un guiño a la noche. La noche abrochó los párpados de aquella familia. Naturaleza suspiró calmada.
Neuronada: Esta historia que estamos desarrollando titulada “El hogar de la vida”, no quiere ser otra cosa que un abrazo a este hermoso planeta que nos contiene. El hogar de la vida, que no es otro que la naturaleza. Pero la ignorancia humana, está dejando que su hogar se infecte y se haga inhabitable. ¿Aún hay tiempo? ¡Ahí lo dejo!
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.