Rió la tarde y se vio desvanecer en el letargo tardío de la anochecida. A medida que se iba diluyendo, la estrella polar veía más claro aquel velero que venía hacia ella.
Sus velas reflejaban el ocaso y soñaban en oro y rojo el encuentro que, mañana a más tardar, tendría lugar.
Y allí, en medio de todo, estaba ella, con su pelo rodeado de brisas y con sus ojos taladrando mares y mares envejecidos de tiempo y envejecidos de sueños. Unos ojos, apenas tristes, apenas risueños, brillantes en medio de la luz que se apagaba y profundos en medio de la eternidad azulada y gris de las últimas horas de la tarde.
Y allí, en medio de todo, también estaba él, resuelto en su afán apenas mellado por las batallas, ganadas y perdidas, envuelto en copos de melancolía y en abrazos de despedidas, absorto en razones que nadie entendía y que apenas él podía vislumbrar.
Y allí, en medio de todos, se encontraron, navegando en aquel velero, rumbo a la estrella polar, rumbo a un destino que dejara atrás tecuerdos, luchas, alegrías, temores y aventuras que, ahora, casi nada importaban.
Y allí siguieron, con sus ojos envueltos en sueños sonrientes y con un solo destino: esa propia estrella polar que les estaba esperando.
Angel Lorenzana Alonso