El viejo volvió a colocarse a mis espaldas. Y era ya el tercer stand en que lo hacía. Parecía que me estaba persiguiendo. Yo cambiaba y me paraba a mirar otros libros, casi en el otro extremo de aquella Feria. No habían pasado más de tres minutos y allí estaba de nuevo, detrás de mí, mirando los mismos libros que yo. Su aliento se pegaba a mi cuello y eso me producía un cierto malestar.
Cuando me daba la vuelta y lo encaraba, simplemente se quedaba mirándome y me sonreía. Cansado ya de esta persecución y dado que el viejo, de cerca de la centena, no parecía muy peligroso, le invité a tomar un café con la esperanza de poder desentrañar aquello que, a mi entender, parecía un misterio.
Sentado frente a él, le dije a bocajarro:
- ¿Por qué me estás persiguiendo?
- He observado – contestó – que ojeas un tipo de libros que son justamente los que a mí me interesan. Y eres el único, en toda la Feria, que se interesa por ese tipo de libros.
Hizo una breve pausa, me miró con preocupación debido a mi cara de asombro, y continuó:
- Yo tengo un libro que te pudiera interesar. Lo tengo escondido. Lo escribí hace ya mucho tiempo. Y busco a alguien al que pueda gustarle.
Hablamos largo rato, de libros, de la vida, del pasado y del futuro. El viejo no tenía prisa y yo tampoco.
Después de aquella charla, el viejo desapareció. Nunca lo volví a ver.
Habían pasado más de diez años cuando el cartero de mi calle me llevó una citación para acudir al despacho de un notario para un asunto relacionado con una herencia.
Acudí por ver de qué se trataba. No conocía ni al difunto ni a ninguno de los herederos. Cuando me identifiqué, el señor notario me entregó un paquete a cambio de mi firma.
Intrigado, desenvolví el paquete. Y allí estaba: un bello libro encuadernado con pastas azules. En la portada, el título y el autor:
Adolfo Heindrich
El libro de los lagartos azules
Y dentro, 382 páginas en blanco. Lo miré al derecho y al revés, por delante y por detrás. Solamente, en la tercera página, una dedicatoria:
Para mi amigo Angel
El único que me ha comprendido
Y, acompañando al libro, una carta cerrada, también azul, que guardé en mi bolso.
Recordé al viejo y la conversación que mantuvimos. Y recordé una sorprendente pregunta que me había hecho sobre los lagartos azules: “¿los has visto?”.
Le contesté que sì, porque, en mi imaginación, soy capaz de ver cualquier cosa. Nunca supuse que aquella respuesta me llevara a esto. Aquí estaba ahora, envuelto en una historia de lagartos.
Abrí la carta. Solamente decía: “Te dejo mi libro porque tú eres el único que puede finalizarlo”.
Y en ello estoy desde entonces. Cada día, abro el libro de páginas en blanco, lo miro, pienso en los lagartos azules y me quedo pensando en el viejo y en qué puedo escribir yo sobre ellos.
Algún día se me ocurrirá algo.
Angel Lorenzana Alonso