Asomaron los miedos / al pulso dulce de la calma. / Un espejo roto, donde se miran / los ojos del otro, / que son también mis ojos, / refleja el humo que tapa la vida. / Cae una lluvia de dolores, / que cala todos los huesos de la tierra. / Desmembrados cuerpos, / entran en el pasillo oscuro del odio. / La sangre cruza el puente / de la esperanza, / disolviendo los ojos de la verdad. / Las balas silban canciones / sobre los peluches perdidos / en los charcos de la huida. / Silban sobre los escombros / donde la respiración del mundo / ha quedado atrapada. / Silban las balas, rozando los costados / de las ilusiones abandonadas / a su suerte, en el lado equivocado. / Un soldado tropieza / con un peluche herido: / – No tengas miedo, yo te protejo, / conmigo estarás a salvo, / llevo un fusil y una mochila / de recuerdos muertos. / – Pues méteme en esa mochila, / soldadito de barro, / que yo ya estoy muerto. / Replica el peluche, mientras / las balas ponen música al silencio.
Pensar en las personas que de la noche a la mañana, pierden todo, hasta la vida, sin explicarse cómo ha podido suceder un desmembramiento tan cruel, llevado a cabo por otras personas, que obedecen a un atormentado desvarío; descompone el cuerpo. Lo que está pasando en Ucrania no estaba en las agendas de las personas de a pie. Ni estaba en los planes que día a día van formando la vida, por eso, solo puede darse ante el atormentado desvaría de unos pocos.
Ese atormentado desvarío, que se ha repetido desde el inicio de los tiempos, viene a demostrar que la humanidad, aún tiene que seguir buscando fórmulas que nos hagan más equitativos. Con la guerra de Ucrania, el gas se ha convertido en moneda de muerte. Con el cambio climático, del que la humanidad tiene “algo” que ver, se producirán, otras invasiones por conseguir agua, mucho más importante que el gas. ¿Será posible que los que dirigen el mundo, sean capaces de digerir que si seguimos así, nuestra propia extinción, como especie, está servida?
Neuronada: El hogar de la vida, es decir Naturaleza, tomó la decisión de obligar a la humanidad a vivir durante mil años bajo Tierra, para que el impacto de la huella humana, se minimizara. Estamos en 3022, parece que los humanos de este milenio, se han concienciado de que vivir es dejar vivir. Si, no me he equivocado, he puesto 3022, ya que tengo la esperanza de que nuestros sucesores utilicen mejor sus neuronas.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.