Hoy arranqué mi pequeño jardín. Cuatro flores y un pequeño árbol de hoja perenne.

Las flores, ¿recuerdas? me las regalaste tú la pasada primavera y me juraste que vivirían para siempre. Yo te dije que siempre era demasiado largo pero que yo plantaría un árbol de los que nunca florecen pero que tampoco se secan.

De tus cuatro flores solo quedaban unos pequeños brotes que ya no tenían fuerza para salir esta primavera. El calor se los comería apenas nacidos y nunca sus flores extenderían colores que me recordaran tu compañía. O tú sabías que no sobrevivirían al invierno o ellas, como semblanza tuya, se fueron marchitando con el frio. Hoy no pude más. No quería verlas sufriendo por intentar despegar sus alas y decirme hola cuando no querían decirme nada y decirme te quiero cuando sus tallos estaban llenos de desamor y desilusión. Hoy borré sus tímidos tallos y sus ya profundas raíces que de tan profundas se habían convertido en olvido.

Me quedaré solo con el recuerdo de lo que pudo ser y no fue, de lo que podía haber sido pero que la tierra, otras veces dadora de vida, ha crucificado en aras de la banalidad de hipocresías y contumaces deseos de ser como el resto de animales. Me quedaré con tu imagen reflejada en mi jardín sin flores, con una imagen que se irá borrando poco a poco y que me hará estremecer siempre que la recuerde dudando en cada ocasión si algo hice mal para no poder conservarte.

Quizá fuimos demasiado sinceros. Quizá tus flores y mis flores nunca ilusionaron con sus colores en pos de una verdad inquebrantable que ambos sabíamos y que no queríamos dejar de lado para dar suelta a nuestro amor. Quizá mi barco de velas rojas nunca llegó a tu orilla. O quizá nunca supiste ver cuánto amor llevaba en sus velas.

Y mi árbol. Ese árbol de hoja perenne que nunca se iba a marchitar. Hace unos meses fui cortando sus ramas secas, tratando de insuflar una savia nueva que nunca supe cómo hacérsela llegar. Y se fue secando y sus ramas se fueron volviendo marrones como nuestros encuentros.

Y también murió. Como mueren las cosas, en absoluto silencio, sin avisarnos, sin decirnos nada hasta que es demasiado tarde, sin lanzar gritos de angustia. Simplemente se fue muriendo. Hoy lo arranqué también, junto a tus flores.

 

Ahora tengo un jardín que ya no es jardín. Una tierra seca y una primavera ya entrada que me dice que debía tener un jardín.

Pero, como Tagore, solo quiero ser jardinero de TÚ jardín. Solo eso. Y eso ya no es nada. No hay jardín que cuidar ni árboles que podar ni flores que cultivar.

Angel Lorenzana Alonso