Llegados a este punto de mi vida en el que voy a escribir el número 100 de mis cuentos, es un buen momento de reflexionar y echar la vista atrás.
Voy a empezar este relato recordando el momento en el que comencé a registrar en papel lo que fui acumulando durante mi infancia y juventud en la memoria, primero fueron las coplas que me cantaba mi madre y que yo escuchaba con mucho más entusiasmo que a mis profesoras.
Siempre desee que cambiara la letra cuando la letra era amarga y triste, pero nunca lo hizo, ahí aprendí que en la vida hay que pasar los malos tragos, nos guste o no. Con el paso de los años vino la época de tener hijos, hacer cursillos y volver a trabajar.
En este punto mi jefe el señor Javier leyó un relato que me habían premiado y me hizo prometer que plasmaría mis cuentos en papel y eso llevo haciendo 30 años.
Me he especializado por decirlo de alguna manera, en hacer cuentos personalizados, a conocidos, amigos y parientes con muy buenas críticas.
Sin más preámbulos escribiré un cuento basado en un buen amigo llamado Quike, incluyendo alguna historia contada por su amigo Vicente.
Hubo una vez un muchacho muy valeroso y valiente, le gustaban todos los juegos que a cualquier crio de su edad, con la diferencia que él siempre se preocupó por agradar a todos. Era lo que solemos decir “la alegría de la huerta” sus chistes y su risa eran contagiosos.
Cuando se hizo mayor una terrible enfermedad comenzó a adueñarse de su cuerpo, esto hizo que Quike en lugar de rendirse comenzara a luchar con todas sus fuerzas, no estaba dispuesto a tirar la toalla tan fácilmente y recurrió a su imaginación para hacer todo lo que no podría hacer de una forma normal.
Por las noches atravesaba una especie de círculo nebuloso donde podía hacer cualquier cosa, planear sobre montañas sin necesidad de paracaídas o realizar viajes fantásticos, a lugares donde por sus problemas de salud no podía hacerlos.
Esta noche se fue de vacaciones a Mallorca, un lugar muy entrañable para él y sus muchos amigos que era con el grupito que le acompañaban en muchos de sus viajes.
Por el día hacían turismo y por la noche lo más normal era ir a la discoteca a pasar el rato y a ligar con las chicas. Ese día tuvieron suerte con unas inglesas muy guapas y que se reían a cada cosa que les decían Quike y sus amigos.
La lástima fue que el nivel de inglés de los chicos era tan básico y como por aquel entonces no existía Google, no quedaba otra que espabilar y tirar de los escasos conocimientos que se tenía de los idiomas extranjeros.
Después de pasar una noche muy divertida, intentaron quedar con ellas para el día siguiente, no podía ser en castellano o catalán que los tres chicos dominaban, tuvo que ser en el inglés chapurreado del cual conocían escasas palabras y como el más lanzado era Quike pues quedó con ellas para “yesterday” y gracias a los cubatas y a que habían ligado con aquellas preciosidades, se fueron a dormir al hotel satisfechos con la vida y esperando que la noche siguiente llegase lo más pronto posible.
A la noche siguiente se pusieron todo lo guapos que pudieron y con una sonrisa de oreja a oreja se fueron a ligar otra vez a la discoteca, dieron varias vueltas y luego otras tantas, pero las chicas seguían sin aparecer.
Prácticamente a la hora de cerrar la discoteca, los tres se volvieron cabizbajos para el hotel, ¿Cómo podía ser que no hubiesen venido con lo bien que habían congeniado?
Al pasar por recepción escucharon al director del hotel que les preguntaba a unos clientes en un perfecto inglés a qué hora querían que los despertaran “tomorrow”, los tres amigos se quedaron mirándose unos a otros, y Quike cayó en su error, había quedado con las chicas para ayer, no para mañana.
Viendo la mirada de sus amigos al chico no le dio tiempo a esperar el ascensor, comenzó a correr escaleras arriba a toda la velocidad que le daban sus piernas, perseguido por los amigos cabreados a los que les había estropeado el mejor plan de aquellas vacaciones.
Quike cuando despertó a la mañana siguiente estaba pletórico,
¡qué bien se lo había pasado toda la noche! En sus sueños podía bailar, correr, ir en bicicleta, lo que le diera la gana, pensaba aprovechar este sistema para vivir a tope su vida de noche puesto que durante el día estaba postrado en una cama.
Cuando esgrimió al máximo toda su aventura de Mallorca decidió irse otra noche a una isla griega con otro grupo de amigos y por supuesto incluía siempre a Vicente, eran inseparables.
Lo primero que decidieron fue visitar la isla dando un paseo en bicicleta, dicho y hecho, alquilaron unas preciosas bicicletas y con la mochila a la espalda se dispusieron a la gran aventura de pedalear, se fueron subiendo todos y en fila india comenzaron su gran aventura, todos menos Vicente que estaba apoyado en la pared junto a su bicicleta con los brazos cruzados.
Sus amigos se detuvieron y volvieron para atrás a ver que le sucedía al chico, este balbuceo unas palabras ininteligibles, pero Quike que era demasiado espabilado soltó una sonora carcajada, el resto lo miraron sorprendidos y a Vicente se le puso la cara roja como un tomate.
¿De verdad me dices que no sabes montar en bicicleta? Yo creo que ya eres un poco mayorcito para eso, o tal vez nos quieres tomar el pelo y mientras nosotros nos bajamos de las bicicletas, tú vas a salir disparado para ganarnos a todos.
Sus amigos no daban crédito, nunca pensaron que hubiese una persona adulta que no supiera manejar una bicicleta, lo miraron como si de repente su amigo se hubiese convertido en un extraterrestre verde con antenas en la cabeza.
Quike le dio una palmadita en el hombro y lo animó diciendo que, seguro que habría muchos más como él por el mundo que no dominasen el manejo de una bicicleta.
¡Pero eso tiene una fácil solución! Entre todos te enseñamos en diez minutos, tu solamente mira al frente y procura no perder el equilibrio a la vez que pedaleas, ¿lo entendiste? Al fin y al cabo, solo era un sueño donde podía hacer a su antojo todo lo que le viniese en gana.
Vicente no muy convencido, y con un poco de miedo, al final accedió a subirse a aquella máquina con ruedas, y con los dos pies apoyados en el suelo dio sus primeros pasos, luego lo obligaron a poner los pies en los pedales mientras dos de sus amigos lo sujetaban, en ese momento la bicicleta se mantuvo recta y Vicente sonrió.
No era para tanto, saber andar en ese artilugio, estaba sobrevalorado, pedaleo cada vez con más ánimo, hasta que sus amigos lo dejaron solo.
Entonces la bicicleta comenzó a dar tumbos, de un lado a otro, eso hizo que estuviese expuesto a chocar con el suelo varias veces, ya no tenía nada de divertido. Pero no estaba dispuesto a hacer el ridículo así que se concentró en lo que estaba haciendo y al final acabo consiguiendo su propósito.
Viendo que ya casi dominaba la situación le propusieron pasar por un puente de piedra que había cerca, Vicente lo miro atónito, aquel puente era del tamaño de una aguja, no medía ni un metro de ancho, y él se quejó a sus amigos, pero estos no cedieron, lo hicieron pasar una y otra vez hasta que consiguió dominar el equilibrio y todos le aplaudieron, ¡ahora sí que nos vamos de excursión chicos!
Fueron dando rodeos, bordeando toda la isla, estaban seguros de volver al hotel a la hora de cenar, lo malo fue que no contaron el tiempo que dedicaron al aprendizaje de andar en bicicleta de su amigo y cuando se quisieron dar cuenta ya había anochecido.
En este punto ni tenían el hotel cerca ni habían cenado y después de tanto ejercicio necesitaban cenar, un vendedor ambulante les ofreció unos burritos, era todo lo que le quedaba, claro está que viendo que eran turistas, después se los cobro a precio de oro, al menos engañaron al estómago con aquella mísera cena.
Luego se separaron para buscar un hotel donde dormir, ninguno de ellos encontró algún sitio donde resguardarse, aunque tampoco fueron capaces de volver a juntarse. En aquella época no existían los teléfonos móviles, este hecho hizo que acabasen sintiéndose muy solos y perdidos, un poco más tarde por si no tenían bastante con su soledad, el cielo se llenó de nubes y entre truenos y relámpagos cayo un diluvio que duro una media hora, acabaron todos empapados, pues solo llevaban unos pantalones cortos y una camiseta.
Tiritando de frío y considerando que era una de las peores noches de su vida acabaron por dormirse intentando pensar en algo bonito.
Cada uno escondió un poco su bicicleta como mejor pudo para que no se las quitasen y desearon que sus amigos hubiesen tenido más suerte que los ellos mismos.
A la salida del sol, con las primeras luces recuperaron sus bicicletas y curiosamente comprobaron que habían dormido muy cerca unos de otros, cada uno con su bicicleta.
Ya más serenos y pasado el susto de la tormenta y la noche, volvieron a pedalear hasta llegar a su hotel, donde devolvieron las bicicletas con el consiguiente coste adicional por tenerlas toda la noche.
Después de una buena ducha y un almuerzo suculento ya estaban todos listos para nuevas aventuras.
Lástima que la noche termino para Quike y con el nuevo día se veían las cosas de diferente manera, pero una cosa tenía clara, se lo había pasado “bomba” como solía decir de pequeño.
Fueron pasando las noches y una noche revivió un viaje que realizo él solo a Inglaterra hacía muchos años.
Quike conoció a una joven muy hermosa, empezó a chapurrear el inglés que sabía para impresionarla, la muchacha asentía con la cabeza, intentando que no se diese cuenta que en realidad no era inglesa, hasta que no pudo más y comenzó a reírse.
Vamos hombre, dímelo en español, los dos nos entenderemos mucho mejor, Quike respiro tranquilo y se unió a las carcajadas, ¿estaba haciendo el ridículo verdad?
Siento decírtelo, pero si, aunque en honor a la verdad estabas muy gracioso, para compensarte te invito a tomar un helado y los dos se fueron a una terraza.
Aquello fue un amor a primera vista, le gusto todo de la muchacha, sus modales, su físico, su manera de hablar, si en ese momento se hubiese atrevido a pedirle matrimonio y ella le dijese que sí, se hubiera casado con ella.
Acabaron pasando las vacaciones juntos, resulto que ella también era de Barcelona, así que después de volver del viaje siguieron juntos y al cabo de un año se casaron muy enamorados.
Con el tiempo aumentaron la familia con dos preciosos hijos y la vida y el trabajo no podía irles mejor, eran la felicidad en persona.
Por la mañana Quike se sintió dichoso por tener una familia tan maravillosa, aunque ya solo pudiera decírselo con gestos que a veces no eran del todo comprensibles.
La esclerosis múltiple ya estaba demasiado avanzada, habían intentado un sinfín de tratamientos, sin obtener grandes resultados, estos le frenaban un poco la enfermedad, pero eso era todo.
Llego un momento que acabo perdiendo aquel espíritu luchador y su sonrisa cada vez era más sombría.
Aunque cada vez viajaba menos en sus sueños, por alguna extraña razón decidió hacer un último viaje.
Esta vez se fue él solo, su doctor le había hablado de un lugar lejos del mundanal ruido. Era una especie de hospital con apartamentos donde las familias con enfermedades como la suya disfrutaban de baños relajantes y largos paseos por avenidas interminables rodeadas de viejos árboles, tan altos y erguidos que parecían desafiar al firmamento y querer tocarlo.
Como en la realidad ya no sería capaz de realizar dicho viaje decidió irse a ese lugar aquella noche.
Cuando llego esperaba encontrarse con gente muy enferma y desesperada, pero fue todo lo contrario, hablando con unos y con otros la mayoría daba gracias por el tiempo que habían podido vivir la vida y disfrutar con sus amigos y esposas o maridos, muchos de ellos tenían hijos como él.
En aquel lugar no se hablaba de muerte sino de ver el final del camino y procurar aprovechar cada momento de la vida con alegría no con resentimiento, al fin y al cabo, la muerte era parte de la vida, los ánimos que le infundieron dieron sus frutos y decidió aprovechar su tiempo al máximo.
Cuando Quike estuvo acomodado se dedicó a cuidar de los demás, a la vez que recorría los alrededores, disponían de unos cochecitos como los de los campos de golf para desplazarse con más comodidad, así que no dejo un solo rincón de aquel hermoso paisaje sin visitar.
En una de esas salidas llego a un paso a nivel semi destartalado, apenas se mantenían los indicadores en pie al igual que las vías, eran simétricas y viejas, pero a Quike hubo algo en ellas que le atrajo desde el momento que las vio.
Cuando volvió al hospital, en su enorme habitación con todas las comodidades, espero viendo la televisión un rato hasta que vino una enfermera para preguntar si necesitaba alguna cosa.
Pues sí que necesito algo, hoy dando un paseo he visto una vía del tren, no sabía que se pudiese llegar hasta aquí en este medio de trasporte, puedes contarme algo sobre esa vía.
Por supuesto que sí, ahora es una vía muerta, pero hace unos años era una maravilla, pasaban trenes a todas las horas, se utilizaba hasta para llevar los niños al colegio de una ciudad a otra.
Las familias utilizaban el tren los fines de semana para irse a pasar el día con sus niños a la playa o la montaña, fue una época muy bonita, es lo que me contaba mi abuela cuando yo era pequeña.
Era fantástico ver el trasiego que había en los andenes, se vendía de todo, frutos secos, dulces, frutas de temporada, entonces no había tantas prisas como ahora y el tren daba tiempo a que sus usuarios disfrutaran del viaje.
Después de descansar y con las pilas a tope, Quike se hecho su mochila al hombro, se despidió de todos los que había conocido en aquel lugar y se fue a la aventura dejando grandes amigos.
Comenzó a seguir la dirección de la vía muerta, fue atravesando pueblos y cruzo varios puentes, se entretuvo en ayudar y hablar con todo aquel que se le cruzaba en su camino.
Esto le llevo a hacer muchos amigos, todos recompensaban su amistad con frutos del campo o embutidos riquísimos de cosecha propia.
Y como las noticias en los pueblos corren más rápido que la pólvora, resulto que todos los que escucharon hablar de él, querían conocer al hombre que caminaba por la vía muerta del tren buscando algo, sin saber exactamente lo que buscaba.
Se hizo tan famoso que incluso alguna cadena de televisión quiso entrevistarlo, pero no lo lograron, sabía cómo escabullirse, no necesitaba publicidad, tan solo quería llegar al final de aquella vía del tren, sentía que debía hacerlo, era como si algo poderoso lo atrajera.
Tuvo que atravesar un túnel, en ese momento sintió un escalofrío, no era capaz de ver nada, pero ocurrió algo que lo animó a seguir, de vez en cuando los raíles de aquella vía muerta soltaban destellos debido al metal que aún se conservaba en buenas condiciones, al salir del túnel quedó muy sorprendido.
Llego a los alrededores de una gran ciudad, estaba a las afueras de Madrid, en un espacio enorme convergían muchísimas vías, la que él venía siguiendo se adentraba por debajo de las paredes en un edificio gigantesco e interminable.
Quike se quedó pensativo mirando el edificio ¿Qué habría dentro? Su curiosidad se agudizó, llegado a este punto no pensaba tirar la toalla, el problema era que estaba todo cerrado a cal y canto.
Se quedó pensando cómo podría acceder al interior cuando por suerte para él, vio una puerta bastante pequeña y muy bien camuflada, que un operario despistado se había olvidado cerrar.
Quike no se lo pensó dos veces, aprovecho la ocasión para colarse en el interior y lo que vio lo dejo perplejo. ¡¡DIOS MIO!! dijo en voz alta, esta máquina es gigantesca.
– Ya lo sé, todos dicen lo mismo- le respondió alguien.
– A parte de ser gigantesca, es maravillosamente bonita -, rectifico Quike.
– Eso ya está mejor -, le volvieron a contestar.
– ¿Se puede saber con quién hablo? sal para que te vea. –
-Veo que no llevas gafas, tal vez las necesites para verme. –
– ¿Qué pasa que eres un enanito tan pequeño que no logro verte? –
– ¡Todo lo contrario soy gigantesca! –
La paciencia de Quike se estaba agotando. – ¿en qué quedamos eres pequeñito o demasiado grande? –
– Me tienes delante de ti chico, soy la máquina del tren. –
– ¡¡¡Diablos!!! – Grito él, – ¿desde cuándo hablan las máquinas del tren? –
Llevo toda una vida sola y sin encontrar a nadie con quien hablar, por estos almacenes de trastos viejos solo pasa un guarda jurado que ni nos mira, solo lleva una cajita en la mano con luz y lo mismo que entra, sale sin más y sin dejar de mirar la cajita.
Creo que te refieres a que lleva un móvil en la mano como este y el joven saco de su bolsillo su móvil y se lo enseño, con el puedo comunicarme con todo el mundo.
– ¡Cielo santo! – Grito la máquina, – ¿de verdad cabe todo el mundo en un espacio tan reducido? Yo soy muchísimo más grande y tan solo puedo llevar dentro a unas cuantas personas. –
– UFFFFFFFF -, dijo Quike, – creo que necesitaremos algún tiempo para ponernos al día con las nuevas tecnologías, primero tengo que buscar un hotel donde descansar y mañana volveré para seguir con esta conversación tan interesante. –
Si necesitas una cama donde descansar, te comento que uno de los vigilantes montó una habitación para descansar dentro de mí interior, si quieres puedes pasar y verla.
Perdona, no me he presentado, yo soy Quike y a ti ¿cómo debo llamarte?
El primer maquinista que tuve me llamaba Concha, como a su mujer y en confianza, me decía que yo era más guapa que ella (hubo unas risas).
Estuvieron charlando largo y tendido, de forma breve le explico las nuevas tecnologías y para que servían.
Concha lanzaba cada poco una exclamación, ella ya llevaba una eternidad allí pero el mundo seguía avanzando.
Lo que la dejó como se suele decir “helada” fue la velocidad que alcanzaba el tren de alta velocidad, creo que son 300 kilómetros a la hora le dijo Quike, ¿recuerdas a qué velocidad ibas tú?
Yo solía ir a 50 kilómetros por hora y el maquinista solía decir que corría como una loca, disfrutábamos del viaje todos, ahora no creo que les dé tiempo ni a ver lo que tienen alrededor, es una pena, seguro que pasan volando.
En este punto Quike empezaba a bostezar y Concha termino hablando en un susurro hasta que se durmió, y ahí se acabó su viaje.
Con el paso del tiempo, cuando Quike estaba en una situación extremadamente grave ocurrió algo muy curioso, una noche soñó que su querida máquina del tren acudía a su sueño.
– ¿Qué pasa que ya no quieres verme? – Le dijo su amiga.
No es eso, claro que te quiero ver, últimamente me han hecho tratamientos especiales pero la esclerosis múltiple ha avanzado demasiado y llegados a este punto creo que ya no queda nada más que hacer con mi vida.
He venido para llevarte a dar un largo paseo y desde esa noche recorrieron juntos todos los países del mundo, lugares maravillosos, ríos, cascadas, montañas gigantescas.
Ese fue, un lúgubre día en el que Quike dejo a su familia sumida en el dolor y abandono esta tierra, su buena amiga Concha lo acompaño en ese último viaje utilizando la vía muerta y los dos juntos se fueron a ese lugar maravilloso donde no hay enfermedades ni penas, solo paz y tranquilidad, algo que todos nos merecemos después de haber gozado y sufrido del derecho a vivir.
En los telediarios se publicó una noticia bastante rara, una máquina del tren muy antigua y de grandes dimensiones desapareció del almacén donde estaba depositada, curiosamente también había desaparecido la vía muerta por la cual circuló muchos años.
Nadie había forzado las puertas, ni las paredes, fue algo tan misterioso que incluso hoy en día un inspector muy tozudo sigue queriendo encontrarle una respuesta lógica a este suceso misterioso.
Tal vez algún día podamos darnos una vuelta en ese maravilloso tren que une la vida y la muerte, satisfechos de haber aprovechado esa vida tan maravillosa de la que hemos podido disfrutar.