Érase una vez un contador de cuentos del cuarto milenio, estamos en el 3023. Naturaleza como sabemos, ha mantenido durante un milenio a la humanidad bajo la superficie de Tierra para eliminar la huella destructiva del hombre. Ahora, ya en el 3023, no quedan, o eso parece restos de todo el plástico sembrado y esparcido por el orbe. Algunas especies animales, han vuelto a tener su protagonismo, sin ser amenazadas de extinción. El aire que se respira es limpio. La basura se ha reducido mucho gracias al consumo razonable. El hombre, como especie, parece que de momento no se extinguirá. Y todo gracias a Naturaleza, que anduvo lista y supo que debía esconder bajo Tierra a una humanidad desbocada en desigualdades y en consumos inútiles, una humanidad en la que el instantismo ( tener todo al instante sin ni siquiera saber lo bonito que es el camino que se recorre para conseguir algunos sueños) llegó a ser allá por el 2023, una necesidad.
Lo siento, me he desviado del tema, a lo que iba, es que ahora en el 3023, la humanidad estaba poblando otra vez la superficie de Tierra, ya que Naturaleza suponía que la lección de tenerla habitando durante mil años bajo Tierra, había dado sus hermosos frutos. Lo cierto es que hoy en el taller de ocio, se comentaba la estúpida idea, siempre bajo mi humilde opinión, de algunas personas y estamentos en los que se querían manipular ( he puesto manipular y no corregir, que es como alguno lo denominan), los cuentos clásicos de toda la vida, es decir de los anteriores a 2023, ya que podían herir las sensibilidades de los pequeños. Creo que casi es una aberración, tunear, como se dice ahora, cuentos escritos hace muchos años por literatos magníficos y que han sido la lectura de otros tantos profesores, educadores, catedráticos y sociólogos que han dado magisterio a otros tantos buenos escritores, filósofos, educadores… El contador del cuarto milenio, estaba leyendo Caperucita roja en el taller de ocio y yo me preguntaba. ¿Qué sería de la imaginación de tantas generaciones sin Caperucita y el lobo, La Cenicienta, Blancanieves… Si es cierto que hay cosas que corregir en ellos, pero hagámoslo leyéndoselo y luego comentando lo que sería mejor y peor, o lo que cada cual quitaría del cuento. Sin imaginación no existiría la lectura. Dejemos a los clásicos como están, son historia, cultura y aprendizaje y cuidémonos de los lobos de dos patas que acampan en todos los sitios sin necesidad de luna llena.
Neuronada: Algunos quieren desmembrar los cuentos clásicos sin darse cuenta, o sí, de que sus hijos menores consumen porno, violencia, matanzas, humillaciones, racismo, desigualdad…
Leamos y releamos los cuentos clásicos y la extraordinaria literatura infantil que hay en el mercado actual, y enseñemos a los más peques a comentar lo que leemos y a saber escuchar al otro y a uno mismo, lo que formará buenas, muy buenas personas con criterio propio, que al fin y al cabo creo, que esa es una de las cualidades humanas más evolutiva y enriquecedora.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.