La entrevista discurría por los cauces normales. El entrevistador, afamado periodista especializado en arte, trataba de sacar las íntimas verdades de aquel pintor de éxito cuya pintura “se le escapaba”. Era la segunda vez que hablaba con él. La primera fue con motivo de una exposición, hacia ya cuatro años. La segunda era ésta porque el pintor le había llamado, entre intrigado e intrigante, para contarle no se qué misterios de su pintura.

Aquella exposición de antaño había resultado un sonado éxito aunque la mayoría de los cuadros no se habían vendido todavía. Pero el público y, sobre todo, la crítica habían hablado maravillas del realismo de los lienzos, de los personajes retratados entre los paisajes urbanos y de los trazos enérgicos y sublimes con que el pintor remataba los cuadros. Mención muy especial se hizo a los personajes secundarios que eran perfectamente reconocibles por el público.

Aquella primera entrevista había concluido con otro cuadro en que se veía a pintor y periodista charlando animadamente. Este lienzo nunca fue expuesto y permanecía en casa del pintor.

Ahora, cuatro años después, el pintor le había llamado para una segunda entrevista. El reportero sospechaba que quería reverdecer la fama que antes tenía. Últimamente se hablaba poco de él pero accedió un poco intrigado por lo que el pintor le había adelantado por teléfono. Pero, por ahora, la conversación rodaba por cauces normales y poco misteriosos. Mucha pintura, mucho trazo y mucho realismo pero poco de novedades o de cosas extraordinarias.

El pintor, de pronto, se levantó, rebuscó entre un montón de cuadros apilados en un rincón y volvió mostrando uno no muy grande. “Te acuerdas de éste?”, le preguntó. Era una puesta de sol entre los álamos del parque. El periodista lo miró extrañado. “Qué le has hecho?”, dijo asombrado, “le has quitado el color. El cuadro sigue siendo precioso pero… pero no tiene colores”.

  • Hace un mes, dijo el pintor, el cuadro tenía color. Al día siguiente, los colores habían desaparecido. Y eso ha pasado también con otros cuadros. Hasta ahora no me he atrevido a comentarlo ni enseñárselo a nadie.

Ambos se quedaron mirando, incrédulos. El pintor continuó:

  • Varios días después, me fijé en el retrato que hice del alcalde. Su cara había desaparecido. Ayer, el alcalde murió de un infarto. Y el niño de la vecina que fue atropellado hace dos días también ha desaparecido del cuadro en que aparecía jugando en la calle.

Revisaron cuadro a cuadro todos los que estaban a su alcance. La mayoría de ellos estaban igual que el día de la exposición, pero en alguno, alguna cara, o algún cuerpo, o ambas cosas, habían desaparecido. El periodista fue anotando los personajes que ya no estaban. Una hora después, con el pintor, fueron comprobando que todos ellos habían muerto.

Se sentaron y se miraron uno al otro, intrigados y sorprendidos. El pintor, después de jurarle y perjurarle que él no había retocado los cuadros,  le comentó que por eso le había llamado, porque poco antes de la muerte, las figuras desaparecían de los cuadros. Ya lo había comprobado en varias ocasiones. Y no se atrevía a comentarlo con nadie. Ni siquiera se había atrevido con algunas personas conocidas que desaparecían. Varios días después, esas personas morían de una u otra forma.

Intentaron buscar explicaciones, quisieron establecer relaciones entre los hechos. No encontraron nada. Pero lo que era indudable era que, en todos los casos, las cosas sucedían de esa manera.

Volvieron a revisar cuadros y cuadros. Y volvieron a comprobar que siempre que desaparecían de los cuadros, los personajes “reales” habían desaparecido también. El fenómeno se extendía también a algunas casas, árboles y animales.

  • Y qué podemos hacer nosotros?. – dijo el reportero. – ¿Avisar a la gente? ¿Destruir los cuadros? No se me ocurre nada. Es muy preocupante lo que está pasando pero… ¿Quieres que escriba sobre ello? ¿Me has llamado por eso?- recalcó el periodista.
  • No es eso. – contestó el pintor. Creo que de nada serviría, entre otras cosas porque nadie nos creería y a los afectados no les daría tiempo a prepararse.
  • De todas formas – continuó el pintor – el motivo principal de haberte llamado era otro.

Y, desde detrás de unas cortinas, sacó el cuadro que había pintado con motivo de la anterior entrevista y en el que pintor y periodista charlaban alegremente. La mesa, las sillas, las cortinas, los papeles… todo estaba allí. El pintor dijo:

  • Ayer miré el cuadro: tu figura y mi figura habían desaparecido.

 

Ángel Lorenzana Alonso