Me siento afortunada de llegar a este capítulo cien, de esta serie que he llamado “El hogar de la vida”. El hogar de la vida es Naturaleza. Esa Naturaleza a la que vamos dando la espalda, pensando que es eterna e indestructible. Dentro de Naturaleza, Tierra es nuestra vivienda colectiva y por ende, particular. Si cada uno de nosotros no mantenemos, o al menos lo intentamos, a Tierra limpia y respetamos a todos los seres que nos acompañan, puede que este planeta se vuelva tan hostil como cualquiera de los que nos rodean, donde al parecer, la vida no existe.
A veces se nos olvida que Naturaleza no es el estercolero de la humanidad, que el consumo invasor al que estamos acostumbrados, está enfermando la calidad de vida de todos. Si hablamos de ecología o de reciclaje, nada mejor que recordar a nuestras madres. Me viene a voz de pronto a la memoria, mi madre cosiendo casi en penumbra. Mi falda plisada de los domingos, duraba unos cuantos años, el primer año la cintura de la falda me llegaba por debajo de los brazos, al año siguiente ya bajaba un poco, y así hasta que al fin quedaba en la cintura, que era su lugar adecuado. Las bayetas de aquel entonces eran todas de trapos que ya no tenían otro uso. El mandil, que todas las mujeres de la casa usábamos, también era el tatarabuelo de un vestido o de una camisa que ya llevaba mucho tiempo jubilada. Se daba vuelta a los abrigos, dándoles una vida nueva y adaptándoles a la moda que estuviere en vigor. Aún me recuerdo volviéndole el cuello a alguna camisa que me gustaba mucho. Bueno, voy a dejarlo, se está sentando la nostalgia en los bajos de aquel vestido de los domingos, con el talle bordado en nido de abeja que madre cosió con tanta dedicación. Qué largo el camino desde que te fuiste mamá.
Neuronada: Esta serie se cierra hoy con este escrito. Humildemente he pretendido durante estos cien capítulos (en realidad ciento uno, ya que antes del primero, hubo un capítulo como prólogo), ahondar en que la solución de muchos de los problemas por los que pasa el mundo, la tenemos nosotros, la especie inteligente, pero también la especie más invasora y no muy resiliente, en muchas ocasiones, con todos los demás seres que nos acompañan.
La palabra que me viene a la boca es: GRACIAS. Gracias por compartir las líneas que en conjunto, trazamos en este faro de letras.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.