Tú que contaste historias llenas de vida y poesía, / que enseñabas a pensar, / que inmortalizaste la vida. / Tú que llevabas prendido / en el abismo del último por qué, / las palabras y los juegos de las rutinas, / no nos dijiste que estabas / tan cerca del acantilado, / tan cerca de la última instantánea. / Las olas de la vida nos traen / ellas nos llevan, / en ellas aprendemos a nadar a favor, / o en contra de la corriente eterna. / En ellas nadamos a favor, o en contra, / cuando el “estar” se pone bravo. / Tú, el elegido, como tu nombre indica, / por los dioses de las cosas buenas / has deambulado con el objetivo de tu cámara, / por la poesía hecha imagen y semejanza / de la vida misma, la misma vida, / como envés de la muerte, / como ese negativo que se resuelve en luz / al otro lado de la cámara. / Así, tus huellas hablarán de vida, / en ellas, tus palabras nos abrigarán. / Tus huellas resistirán el acero del tiempo, / porque se han posado en tu familia, / en tus alumnos y en los que te tuvimos cerca, / aunque solo fuera una vez. / Tus huellas serán guía, / o acaso camino donde dibujar / instantes llenos de vida.
A Eloy Rubio Carro, lo conocí en aventuras trovadorescas en las que coincidimos alguna vez, hace muchos años, cuando Mercedes G. Rojo y Victorina Alonso pusieron de moda eventos culturales en muchos rincones de Astorga y alrededores. Allí tuve el gusto de tratar con Eloy, y sin saber que era filósofo, ni profesor, ni ese gran fotógrafo de almas y rutinas, supe que era un poeta de vida, una persona que aunque tímida, traía un gran corazón consigo. Luego conocí a su mujer, María Antonia Reinares, que acarrea en sus pupilas verdades y humildad a manos llenas, en su profesión como periodista y en su acercamiento como persona. Dos seres magníficos juntos, y por separado. Al escribir estas líneas, se me viene a la boca una sonrisa recordando con ella, con María Antonia, nuestra última charla, pero que poco ha durado. No obstante, siempre podremos asirnos a las palabras y a las imágenes que Eloy sembró y en las que siempre vivirá.
Lamiguería: Las personas somos como migas, pequeñas y leves como un soplo de silencio, solo hay que ver lo pequeñines que se nos ve cuando subimos a cualquier montaña, aunque sea de poca altura; por eso tenemos que sembrar nuestras buenas cosas en el día a día, para que nuestras huellas sean camino, como las tuyas Eloy.
Y…, en Gaza, sigue lloviendo dolor y destrucción. El hombre destruyéndose, vomitando su propio ego contra sigo mismo.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.