Nací en León, una ciudad que atesoro en mi corazón aunque, como muchas personas de mi generación, me he visto obligado a emigrar por motivos laborales. Desde hace más de 13 años resido en Cataluña, aunque ya van para 16 los años viviendo fuera de León. 

Mis visitas a mi tierra natal han sido frecuentes, aunque si bien es cierto, con el paso de los años, se han ido haciendo cada vez más salteadas. La última, muy reciente, durante el mes de Junio, se ha convertido en un viaje nostálgico a un lugar que ya no reconozco. León, antaño un rincón acogedor y con una capa impermeable a modas y tendencias, ha sucumbido a la, para mí, tan temida globalización y a la tan de moda gentrificación, transformándose en un reflejo pálido de lo que solía ser.

La gentrificación es un fenómeno global, pero verlo arraigar en León es doloroso. Los barrios que antes respiraban autenticidad y tradición ahora están plagados de bares carentes de esencia, perfectamente descritos por un gran amigo mío: “son todo bares de first-dates, todos se llaman de forma similar, las tapas dejan mucho que desear y todo carísimo”. Estos establecimientos han desplazado a las tiendas de barrio y a los bares de toda la vida, lugares donde el camarero te conocía por tu nombre y el menú era asequible para todos. Ahora, una cena en el centro de León puede costar lo mismo que en Barcelona, una ciudad con un poder adquisitivo muy distinto. La hostelería se ha encareciendo de manera alarmante y la calidad de vida de los residentes ha caído en picado, creando un entorno que se siente ajeno y despersonalizado.

¿Qué ha ocurrido con el tan famoso “corto”? De un año para otro, se han dejado de servir nuestros tan queridos “cortos” versión tan típica de León y si se sirven muchas veces no compensa, dado que el precio es casi tan elevado como el de una caña de cerveza. 

Curiosamente, otro conocido mío, hostelero, ya me avisó de esto años atrás. ¿Recuerdan cuando León fue Ciudad Gastronómica 2018? En aquella época, quizás ya 2019, ya me dijo lo siguiente: “esto a los leoneses de a pie nos va a matar. Se va a llenar de gente, además con el AVE a las puertas, y se va a poner todo prohibitivo. Lleno de turistas, no se podrá andar por la calle y el tapeo se va a ir al carajo”. Dicho y hecho. 

Este encarecimiento de la hostelería no solo afecta a la economía de los residentes, sino también a su vida social y cultural. Antes, salir a tomar algo o a cenar era una actividad común, una forma de conectar con amigos, compañeros y familiares. Ahora, muchos se ven obligados a limitar estas salidas debido a los altos precios y a la masificación, lo que erosiona el tejido social y comunitario de la ciudad. La gentrificación ha creado una brecha entre los residentes de siempre y los nuevos habitantes de apartamentos turísticos  de “fin de semana”, atraídos por el encanto renovado de la ciudad, pero que poco entienden o aprecian su historia y su cultura.

La caída en la calidad de vida es evidente. El centro de León, aunque más caro que los barrios periféricos, era asequible para los leoneses de a pie. Ahora, en mi última visita, otro amigo y compañero hostelero, me confesaba que edificios enteros se construyen y se reconstruyen con el único objetivo de albergar alojamientos turísticos. 

Los alquileres se han disparado, expulsando a muchas familias de sus hogares de toda la vida y obligándolas a mudarse a la periferia o incluso a pueblos del alfoz, convertidos en “ciudades dormitorio”. Los servicios básicos se han visto afectados por la presión del turismo y la sobrepoblación en zonas céntricas. Las calles que antes eran tranquilas y seguras ahora están llenas de ruido y basura, una consecuencia inevitable de la sobreexplotación turística.

Es irónico que en mi residencia en Cataluña, donde la gentrificación es ya un problema serio, vea los mismos patrones destructivos que en mi querido León. La diferencia es que, mientras en Cataluña no me ha quedado más remedio que aceptar los hechos, impulsados por una patronal turística centrada en los beneficios inmediatos; en León me duele profundamente ver cómo se desmorona el lugar donde crecí. Las políticas urbanísticas y turísticas parecen estar diseñadas más para el beneficio económico a corto plazo de unos pocos que para la preservación de la identidad y el bienestar de los residentes y del común de la población.

Puedo llegar a entender que haya ciudadanos que defiendan este aumento del turismo con la contrapartida de la creación de riqueza, con el manido argumento de la creación de puestos de trabajo, ingresos en empresas de servicios y recaudación en administraciones públicas. Pero, cuidado, estoy firmemente convencido que la mayoría de los que se están lucrando a manos llenas no son siquiera empresarios leoneses. 

Todo me indica que está ocurriendo lo mismo que en el Levante español: grandes empresas y fondos buitre compran negocios y edificios para destinarlos a su explotación turística, basando su eficacia a un mero número de ingresos y rendimiento. Poco les importará a estas grandes empresas la esencia de León, con sus barrios, sus pequeñas tiendas tradicionales o sus bares, a los que muchos de ellos los conocíamos por su cocina y sus tapas. Es más, probablemente desaparecerán de aquí con todos los beneficios en los bolsillos cuando por una u otra razón, León deje de estar de moda o esté tan deteriorado que ya no tenga tirón turístico y deje de ser rentable. 

Además, si bien es cierto que puede estar produciéndose un gran salto cuantitativo en el número de empleos en la ciudad, tengo serias dudas que esos empleos sean de calidad. Personalmente, vivo en Tarragona, zona con mucha industria, y no creo que sea necesario distinguir que los salarios y las condiciones laborales entre el personal dedicado al turismo y el personal dedicado a la industria, no tiene ni punto de comparación, inclinándose de una forma mucho más favorable a las condiciones de los trabajadores del sector industrial. 

Lógicamente, las mismas personas que creen que esta explosión turística es favorable a León, me contestarán que la industria produce una contaminación lumínica, atmosférica y hídrica mucho mayor que la turística. 

Por curiosidad, he entrado en https://aqicn.org/map/spain/es/, una página en la que se puede ver la contaminación aérea en tiempo real. Prácticamente no hay diferencias en toda España, y las diferencias existentes son más derivadas del tráfico rodado de las grandes ciudades que de la propia industria. 

Por favor, no se me malinterprete, no pretendo ahora ser un defensor acérrimo de la industria cueste la contaminación que cueste, nada más lejos. Pero creo que un modelo mixto es mucho más beneficioso que un modelo centrado en un solo sector, más cuando el modelo es un modelo tan extractivista y excluyente como el turismo de masas. 

Además, qué curioso el efecto añadido de esa gentrificación que se supone que no existe: León, o la ciudad que se analice, está tomada por el turismo, pero sales de la ciudad a 15 o 30 minutos en coche y nos encontraremos con un entorno rural vacío y carente de servicios para sus habitantes. Cada vez más se observa el efecto de esa España vaciada que tanto nos quejamos. Los pueblos se vacían cada vez más cerca de las ciudades, excepto el alfoz, reservado siempre para los trabajadores que no se pueden permitir una vivienda en la ciudad. 

León está perdiendo su alma. Las decisiones, políticas y económicas, que se están tomando hoy tendrán repercusiones duraderas, y me temo que si no se actúa pronto, la ciudad se convertirá en un escenario vacío, un parque temático para turistas sin corazón ni autenticidad. Es fundamental que las autoridades locales y la comunidad autónoma en general reconozcan los peligros de la gentrificación y tomen medidas para proteger la esencia de León, esa que nos hace sentir en casa, sin importar cuán lejos estemos.

Desde mi posición como leonés en Cataluña, llamo a la reflexión y a la acción. No permitamos que León se convierta en un recuerdo borroso de lo que una vez fue. Rescatemos su autenticidad, su calidez y su espíritu comunitario antes de que sea demasiado tarde. La gentrificación no debe ser sinónimo de progreso a costa de nuestra identidad y calidad de vida. León merece más, y nosotros, como sus hijos, tenemos la responsabilidad de defenderla.

 

Víctor Álvarez Terrón

Ingeniero Supervisor de Mantenimiento