Resbala la luz de la tarde / por entre el verde de los sauces, / un aroma a agua de río, / se instala en las células / del micrófono herido, / de no se sabe que dolencia. / Se desmigan las palabras / en las papilas gustativas del poeta. / Porque hoy ha venido un poeta, / a darnos la tarde. / ¡Y qué bien nos la ha dado. / En el espejo de sus versos, / se reflejaban las miradas, / los sentimientos, los sentidos, / de otros poetas que escuchaban. / Porque… ¿no es un poeta también / el escuchador de poemas? / Si, el escuchador de poesía, / es el sintiente, el espejo / donde se miran los sentidos / que va desgranando el poeta / mientras recita. / El Órbigo, los viernes de julio, / se hace tiempo en su viaje infinito de regreso, / se para en Veguellina de Órbigo / a comerse las migas /que se les desgranan a los poemas. / Su ruido de eterno peregrino / se funde con el viento de los versos; / si, los versos tienen viento que aligera / las inclemencias de lo no resuelto, / de lo que queda atascado en el silencio, / de lo que hace espacio huero. / De las migas-sílabas que se le caían / a Andrés P. Broncano, brotaron / obleas que se nos deshacían en el alma. /  A buen seguro, / andaba Antígona por allí, esperando / recoger algunas de las  migas de las palabras, / para convertirlas en polvo /  con el que espolvorear a Polinices / en su viaje hacia el inframundo. / Muy cerca, el tren con su canción / de hierro y piedra, zureaba en el aire, / arrullando las sílabas, / que unidas a la voz del poeta, / nos daban cobijo para descansar / del sintagma cotidiano. / Andrés es un espécimen / en peligro de extinción, / es un poeta profesor de latín y griego. / Hay que clonarlo y repartirlo / por las ágoras del orbe, para que explique / de dónde vienen las palabras, / para que construya con las migas-sílabas, / panfletos con los que disparar al amigo, / o al enemigo, o a ambos, o a todos. / Resbalaba el verde de la tarde / por entre la luz de los sauces, / y Andrés recitaba, contra las inclemencias / de un micrófono caprichoso /

que nos hizo, si cabe, poner más fino el oído / al aliento de los versos, / convocados al lado del Órbigo, / venidos desde la voz del poeta / y llegados al rincón de la poesía, / donde se amasan las tardes / de los julios de nuestras vidas, / al arrullo  de la palabra horneada / con la espelta que alimenta el camino.

Lamiguería: Usar las palabras como espejos del alma, sería mucho más beneficioso que hacerlo con bombas de odio dirigidas y teledirigidas a las risas que no florecerán, a los misterios que la violencia dejará sin resolver. Usar las palabras para calmar, para ser y estar.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo