En Gaza las fronteras oprimen la vida, desarman las ganas de vivir, huelen a muerte durante las veinticuatro horas de cada día. Cruzar esas fronteras es imposible, y estar dentro de las demarcaciones impuestas, es convivir con la muerte en cada esquina y en cada minuto.
En Ucrania las fronteras oprimen la vida, desarman las ganas de vivir, respiran muerte por los poros de una invasión que está sembrando odio, desamparo, dolor, orfandad, rompeduras de almas inocentes. Ucrania huele a tierra quemada, a soledad, a frío, a heridas que en muchos no cicatrizarán.
En Siria las fronteras han dejado desolación, esqueletos de edificios mantenidos por los escombros que reposan en sus cimientos. Tantos años de guerra, aniquilan las ganas de todo. Mujeres a las que esa guerra les arrebató a marido e hijos, ¿cómo se rellena ese hueco en el corazón? ¿Cómo se borra el odio y el daño percibido? ¿Cómo han quedado los presos que en condiciones infrahumanas, han logrado sobrevivir? ¿Cómo se llena ese abismo de dolor y sufrimiento? Me llamaron mucho la atención unas mujeres sirias que vi en la televisión, esperando en una fila enorme para hacerse con algo de pan, sonreían y decían que por lo menos podían hablar. No me puedo imaginar cuánto han tenido que tragar, ese veneno y la tensión de estar siempre alerta, como animales corriendo delante de un dinosaurio; son píldoras mortíferas que muchos no podrán superar, pero al menos, allí se han abierto las fronteras, veremos si para traer calma en una vida escombrada o por el contrario, las fronteras vuelvan a cerrarles la vida a los civiles que siempre son los que más pierden, sobre todo mujeres y niños.
Podríamos seguir marcando con el dedo en el Atlas muchos países en conflicto, con dictaduras, con opresión, con mucha pobreza, porque los conflictos dejan peladuras de vida durante años, vísceras con un veneno dentro para el que no existe antídoto. Las guerras dejan marcadas de dolor las rutinas, siembran el caos en el corazón de las personas y desarman las cosas buenas.
Lamiguería: Algunas veces, cuando me quejo, después me doy una buena regañina. No debo, no puedo quejarme, pensando en todas las calamidades que están pasando tantas personas en el mundo, y no lejos, la dana de Valencia, ha dejado mucho sufrimiento también. Simplemente el hecho de tener que salir de tu casa y cruzar fronteras desconocidas, implica colgar tus raíces de la punta de la alegría. La vida debería ser mucho más equitativa y en eso, deberíamos implicarnos todos.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo