
Vengo del arca misteriosa
y voy hacia la niebla
F.G.Lorca
El pueblo acababa allí. Al lado del río. Al otro lado, la montaña y allá arriba, la niebla, siempre la niebla.
Eso decía mi padre cuando miraba al otro lado del río. Había un puente, muy pobre y casi derruido, pero era un puente. Era la única unión con lo desconocido. El pueblo estaba en este lado del valle, en el lado donde estaban todos los pueblos del valle. En el lado donde estaban los prados y las tierras de labor. En el lado donde estaban los animales, los hombres y la vida.
Nada había al otro lado. Pasado el río, la tierra empezaba a empinarse, y cada vez más. Solamente un pequeño sendero zigzagueaba por la montaña arriba y se perdía allá a la izquierda, donde empezaba la niebla. Todo se perdía cuando empezaba la niebla.
Pocos habían venido por aquel sendero aunque tampoco se había borrado con la hierba. Los más viejos del pueblo recordaban, no obstante, a varios hombres, de otros pueblos, que marcharon por aquel sendero. Solamente uno volvió.
Contó lo de la niebla. Allá muy arriba, dejando a la derecha la montaña, pasado un bosque muy negro, el sendero se metía en la niebla. Y ya no veías nada más que tus propios pies apenas. Solo tenías que seguir el sendero, dijo aquel hombre.
Y caminó durante días, muy despacio para no perderse, siguiendo el sendero, sin ver a nadie ni saber siquiera dónde estabas. Dormía sobre el sendero mismo y el frío le iba entumeciendo los pies y las manos. No recordaba cuanto tiempo estuvo dentro de la niebla, cuando, de repente, un día la niebla desapareció.
El sol volvió a calentar su cuerpo y su vista se fue acostumbrando al verde de los valles. Detrás estaba la niebla. Delante, el sendero seguía y seguía.
Tiempo después, cuando quiso volver a su pueblo, recordó aquel sitio en que, de repente, te metías en la niebla. Nunca había perdido de vista aquel sendero. Sabía que, siguiéndolo, podría volver.
Y volvió. Y volvió a meterse en la niebla… y a salir de ella mucho tiempo después. Regresó al valle y contó lo que había visto. Otros ni siquiera habían vuelto.
Por eso mi padre no quería ni hablar de la niebla. Ni del sendero que subía hasta ella. Ni siquiera de aquel que había vuelto, de ese que, después de contar lo que había visto y pasado, poco a poco se fue empeñando en querer volver y hubo que atarlo en su casa para que no volviera a la niebla.
Contaba que la niebla era como un imán. Que la odiabas pero que siempre te atraía. Que te envolvía y se metía en tu cerebro hasta no dejarte pensar. No podías vivir sin ella aunque ella te congelaba y te hacía mucho daño.
Le preguntaron por lo que había después de la niebla. Apenas contó nada, obsesionado como estaba con ella, pero habló de unos hombres raros que vivían por allá. Y de montañas y más montañas, y de valles profundos y de gargantas de roca que daban miedo. Vivió con ellos algún tiempo aunque es verdad que eran un poco raros. Y se habían interesado por el lugar donde él vivía. Demasiado interés, había pensado él. A veces recordaba que era mejor la niebla.
Ni siquiera les dijo que volvía.
A mi padre no le gustaba mucho todo aquello. Él nunca quiso salir de su valle ni que gente extraña viniera aquí. Por eso veía peligros en todas estas idas y venidas.
Y por eso tampoco le extrañó demasiado cuando vio que el sendero estaba lleno de gente que bajaba y que venían cargados con demasiado equipaje.
Alertó a todos los vecinos y les hizo armarse para defender el poblado. Era demasiada gente la que bajaba y, por cómo venían, seguro que tratarían de quedarse. Este valle no da para mucho más, les decía a los vecinos.
Junto a otros dos amigos, y armados hasta los dientes, salieron a recibirles en la misma pendiente. Querían convencerles para que dieran la vuelta y volvieran a atravesar hasta el otro lado de la niebla.
Se encontraron con los visitantes bastante arriba, en el sendero. Se sentaron a parlamentar, intentando que no bajaran más.
Después de un buen rato de conversaciones, mi padre bajaba delante de ellos. Cuando acabó de cruzar el casi derruido puente, solamente dijo: la niebla invadió su poblado y sus tierras. Pronto vendrá hacia aquí. Tenemos que prepararnos.
Ángel Lorenzana Alonso