Un 19 de diciembre de 2015 llegó Don Juan Antonio a nuestra ciudad para tomar posesión como Obispo. Atrás quedaba su Asturias natal, la Universidad Pontificia de Salamanca y Oviedo, tan cerca de su familia, donde fue Obispo Auxiliar.
El primer día que le conocimos nos causó buena impresión; era un ser sosegado, amable, franco en el mirar y cercano. Sus ojos claros irradiaban bondad e inteligencia.
Esa primera impresión se confirmó en día que atendió nuestra invitación para reunirnos a dialogar en torno a un almuerzo sencillo. En la larga sobremesa descubrimos a un hombre culto, preocupado por la diócesis, también por la falta de vocaciones sacerdotales, interesado en los pormenores de la vida política y social de la ciudad a la que acababa de llegar. Nos habló también de su trabajo con los migrantes y su preocupación por ellos, por los marginados, por la iglesia y la conservación del rico patrimonio que atesoraban algunas parroquias y al que a veces no se podía atender. Nos habló de proyectos, de ilusiones, de las esperanzas que traía guardadas en el alma.
Nosotros le hablamos también de muchas cosas; de la gestión de nuestro grupo político en la modernización de la ciudad, de avances y retos de futuro; de nuestras preocupaciones por las personas sin recursos y las minorías, a veces con tantas dificultades para integrarse.
En aquella larga conversación primera pasamos revista incluso a pequeños detalles, como ese cable de la calle Leopoldo Panero que desmerece la belleza de la fachada oeste de nuestra catedral; del sarcófago paleocristiano que se llevó ilegalmente al Museo Arqueológico Nacional y que había que traer de regreso a su lugar de origen.
Desde aquel día conocimos a un hombre extraordinario, a un sacerdote entregado y a una persona culta y con ganas de trabajar por y para la ciudad, la diócesis y por una sociedad cada vez más respetuosa y justa. Sabedores de sus visitas a las parroquias de esta diócesis, de su contacto directo y franco con cada uno de los fieles, ese respeto y aprecio inicial ha ido en aumento.
Durante todo este tiempo hemos seguido viéndonos y hemos hablado de los problemas con los que ha tenido que lidiar, graves y tan difíciles. Hace pocos días ha estado en Roma ultimando un proyecto importante para prevenir determinadas situaciones en el seno de la Iglesia. Y se ha ido sin poder ponerlo en marcha.
Hoy estamos apenados porque se ha marchado un hombre bueno, comprometido con la Iglesia Católica y con su tiempo, dejando huérfana a una diócesis que logró conocer a fondo. Y cuando se conocen los lugares y las gentes se logra el aprecio mutuo. Y Don José Antonio quería a sus feligreses, sabía hablarles a los niños, tenía el don de trasmitir la bondad que atesoraba su corazón.
Hoy toda la ciudad y toda la diócesis llora su marcha.
Descanse en paz.
Victorina Alonso