Una palabra -pandemia- que procede del griego pan-todos- y demos-pueblo. Que define la súbita aparición de una enfermedad que afecta a gran parte de la población y se extiende a todo el mundo.

Una palabra y una situación que generan miedo.

Un sentimiento devastador, el miedo, una emoción primaria que aparece ante la percepción de un peligro imaginario o real, y que sirve para escapar del riesgo. Pero que a veces, nos paraliza, y nos hace tomar decisiones precipitadas, erróneas o agresivas. Determinaciones necesarias para huir del peligro, no solo para cada uno de nosotros, también para la especie. Pero que puede llegar a ser  un trastorno que nos paralice o nos lleve a actuar  de una forma descontrolada.

En este caso, un miedo real ante una enfermedad producida por un virus -el coronavirus (Covid-19).

Muchas son las pandemias conocidas, la última  apareció en Wuhan en diciembre de 2019,  cuando un virus que vivía en los animales saltó de pronto a los humanos, y  se extendió por el mundo desde esa ciudad china.

El covid-19 se ha cobrado, hasta el momento, alrededor de  500.000 vidas  y ha afectado a más de 7 millones de personas. Sin embargo, pese a lo dramático de la situación, la historia nos aporta cierta perspectiva. Pues han existido otras enfermedades que se han extendido por todo el mundo y que se han llevado por delante la vida de millones de personas, cambiando incluso, el  curso de la historia.

La primera,  la peste de Atenas  que provocó en el año 460 a.C. la muerte de más de 30.000 ciudadanos atenienses. Posiblemente se trató de una fiebre tifoidea, según un estudio publicado a principios del 2006 realizado por la Universidad de Atenas.  Una enfermedad, que causó la muerte  de  Pericles “el Olímpico.

La segunda gran pandemia conocida, fue la peste Antonina que comenzó en el año 165 de nuestra. Numerosas fuentes históricas hablan de que fue devastadora y que  Galeno, el gran médico, cirujano y filosofo griego, convocado por el emperador Marco Aurelio  describió en su tratado ” Methodus medendi” como un proceso de “calentamiento interno, malestar general, lesiones pustulosas violáceas, vómitos, diarrea y heridas en la boca, afectación de faringe y pulmón, que al noveno día provocaba un desenlace fatal. Y esta dolencia, probablemente producida por la viruela o el sarampión, arrebató la vida a Marco Aurelio, uno de los mejores emperadores romanos. Un filósofo estoico que gobernó con prudencia, justicia, valor y templanza.

   

Pero la que cuenta con el dudoso honor de ser la más mortífera es la “Peste negra”. Las investigaciones apuntan a que el brote comenzó en 1346 en Asia Central y se expandió a través de la Ruta de la Seda por Europa y África, con un número estimado de muertes de entre 75 y 200 millones de personas. El origen de la enfermedad se encontraba en las pulgas de las ratas que se hallaban de manera frecuente en los barcos mercantes.

Fue en esta pandemia cuando  los médicos adoptaron por primera vez una vestimenta especial “ll dottore della peste”, que cubría todo su cuerpo.

Por detrás, en cuanto a número de muertos, encontramos en 1520, la viruela, que se estima que acabó con la vida de unos 56 millones de personas. Fue una enfermedad que llegó con la conquista del continente americano. Y parece que fue determinante en la caída del imperio Azteca.

Sin embargo, la más reciente de las enfermedades con mayor devastación, ha sido la conocida como «gripe española». Según el Centro de control y prevención de enfermedades de Estados Unidos, «no hay un consenso universal respecto de dónde se originó el virus, pero se propagó a nivel mundial durante 1918-1919». Se calcula que alrededor de 500 millones de personas o un tercio de la población mundial se infectó con este virus. La cantidad de muertes estimada fue de al menos 50 millones.

Por su parte, la Organización Mundial de la Salud considera el VIH/Sida como un «importante problema de salud mundial». Según este organismo, desde su origen en 1976, la enfermedad ha acabado con 32 millones de vidas.

Para encontrar otra pandemia de grandes dimensiones hay que remontarse al año 541, momento del origen de la conocida como plaga de Justiniano en honor al emperador romano y que afectó a Europa, Asia y África. Según las investigaciones, la población mundial perdió entre 25 y 50 millones de personas. Existe consenso en el hecho de que la causa de la plaga fue la peste bubónica, que no fue erradicada por completo hasta bien entrado el siglo VIII.

Otras pandemias como la Gripe Rusa, la Gripe de Hong-Kong o la Epidemia de Cólera de principios del siglo pasado, también acabaron con la vida de alrededor de un millón de personas cada una de ellas.

Según declaraciones del historiador José Luis Betrán Moya, “hemos tendido a asociar ingenuamente las enfermedades epidémicas con la pobreza mundial sin querer ser conscientes de que esta dialéctica no siempre es así. Tanto los gobiernos como las sociedades occidentales, entre las que se encuentra la nuestra, se han mostrado siempre excesivamente confiados en que nuestra medicina occidental mantendría siempre esa barrera protectora infranqueable y esto quizás ha sido nuestro mayor error, al rebajar los niveles de alerta en un mundo totalmente globalizado».” No obstante, lo que  ha cambiado respecto a la actuación con las epidemias en el pasado es que «ya no se actúa dando ‘palos de ciego’.

Enemigo invisible, sí, pero ahora, no desconocido», ha matizado el historiador. De hecho, Betrán ha recordado cómo la ciencia médica a partir de la segunda mitad del siglo XIX, gracias a los avances de científicos como Louis Pasteur o Robert Koch ha logrado asentar las bases etiológicas de las enfermedades provocadas por bacilos y virus para curar eficazmente con compuestos químicos y vacunas.

Es cierto que la enfermedad forma parte de la historia de la humanidad, y que estamos ante una pandemia: la provocada por el Covid-19, que nos ha confinado en casa, obligándonos a cambiar nuestro modo de relacionarnos y nuestros hábitos. Pero le hemos plantado cara todos juntos, siendo conscientes de la importancia de tomar medidas de protección en manos y cara para que el virus no se propague.

Es verdad que esta situación ha despertado terrores antiguos y miedo real ante la avalancha de contagios y defunciones, pero es también seguro que hemos actuado de una forma conjunta,  coordinada y responsable.

El miedo, esa emoción  devastadora, que nos hace rechazar al otro, al posible responsable del contagio, fue en el pasado, la causa de la persecución de cristianos, judíos, gitanos, o cualquier otra persona o grupo sospechoso de contagiar. Y también lo ha sido ahora, haciéndonos actuar,  a veces, de forma injustificada e injusta.

Esta plaga no será, probablemente, la última, pues las bacterias, virus, hongos o protozoos,  que han vivido en nuestro planeta desde antes que el homo sapiens controlara el uso de un hueso como arma, en ocasiones se desarrollan con virulencia,  haciéndose dueños de este planeta que es de todos.

Pero esta pandemia que hemos logrado controlar, nos servirá también para poner las bases que frenen de una forma eficaz la próxima, si es que apareciera.

Ahora solo nos queda, apostar por la investigación, por reforzar la sanidad pública, buscar tratamientos efectivos y lograr una vacuna eficaz.

Victorina Alonso Fernández en un día de junio de 2020 en el que el Teleno se vistió, otra vez, de blanco.