Cuando las campanas empezaron a voltear su latido en lo alto de la torre, elevé mi vista hasta ellas, pero no las vi. Mi hijo también había alzado sus ojos y me sorprendió con un “papá, ha venidoooooo¡¡¡”.
Hacía un rato, en el coche, camino del pueblo, no había dejado de recordarme que hoy era San Blas y que la cigüeña ya tenía que estar en su nido en la torre de la iglesia. Inutil explicarle que solo era un refrán y que en ningún sitio decía que tenía que ser justo el día de San Blas. Para él, San Blas era el patrón de su pueblo y la cigüeña siempre estaría asociada al pueblo y a la fiesta.
Este año no había aparecido. Su pareja “se había caído del nido un buen día y había muerto al pié de la torre”, Nadie se lo explicó y tampoco nadie pareció darle mayor importancia.
Ahora, cuando ya nadie la esperaba, justo el día de san Blas y al repique de campanas, allí estaba, sola, mirando al pueblo desde su torre. Mi hijo no cabía en sí de gozo.
Semanas más tarde, la cigüeña siguió en su nido y algunos pretendientes intentaron compartirlo. Pero no les dejó. Erguida sobre sus largas patas y enarbolando su largo pico, defiendió su nido y su soledad. Mi hijo dice que está de luto y que hay que dejarla sola hasta que ella quiera. Desde luego, pretendientes no le faltan y hasta alguno ha dormido alguna noche encima de una bola de cemento al otro lado de la torre.
Hoy, cuando hemos llegado al pueblo, a unos pasos solamente de la primavera, he elevado, como siempre, mis ojos hasta la torre, He llamado a mi hijo y ambos hemos soltado algunas lágrimas. Ella, nuestra cigüeña, se ha enamorado.
Ya no duerme sola en el nido.
Fotos: Irene
Angel Lorenzana Alonso