Pasaron por encima de las montañas, de las altas montañas que protegían nuestro valle. Nunca los habíamos visto en bandadas tan grandes. Algunos en solitario o en muy pequeños grupos se habían atrevido a llegar al valle donde nosotros vivimos, un valle donde anidan las águilas, sus más directas enemigas.
Haciendo honor a su nombre, sus siluetas en forma de hoces inundaron el cielo. Desde nuestra madriguera, en un claro del bosque, vimos los blancos plumajes de sus pechos y sus negras cabezas. El cielo se oscureció y hasta las grandes águilas se asustaron un poco. Eran los halcones.
Decenas de ellos. Taparon el cielo azul con sus alas oscuras, casi negras. Nos asustamos de veras. Siempre se habían mantenido en el valle de al lado y no comprendíamos por qué habían atravesado el linde de su territorio. Los límites estaban establecidos desde hacía muchísimos años, desde aquellas antiguas guerras que sembraron de muertos ambos valles. Y nadie había vuelto a pensar en ellas aunque siempre estaban en el recuerdo de ambos bandos. Ni águilas ni halcones querían que se repitieran.
Por eso extrañó su presencia. Por eso mi familia se asustó.
Las águilas que habitaban en las zonas de vigilancia, dormidas casi de tanto no hacer nada, se sobresaltaron un poco, desperezaron sus alas negras y se prepararon. Debían avisar rápidamente al cuartel general de la montaña blanca y redoblar la vigilancia. Y así lo hicieron.
Los halcones pasaron. Rodearon las viejas montañas azules y bajaron hasta el valle. Allí se quedaron mientras un grupo de ellos, quizás los más jóvenes y audaces, pusieron rumbo a las eternas nieves de la montaña blanca. No eran muchos para no asustar a las águilas que los estaban esperando. El lugar de encuentro era una explanada, verde como las hojas de primavera. No se habían citado pero todos sabían que tenía que ser allí. La memoria colectiva de ambos bandos traía el recuerdo de miles de reuniones de otros tiempos. Águilas y halcones reavivaron viejos momentos, cuando las refriegas eran casi diarias entre ellos, cuando los picos y las garras hablaban más que las palabras, cuando las heridas recordaban constantemente a la guerra.
Colocados en los lugares de costumbre, fueron los halcones quienes primero hablaron, ante la expectación tensa de las águilas y la inquietud nerviosa de las más viejas del Consejo. Eran ellas las que más recelaban de sus antiguos enemigos.
- Tengamos sosiego y calma hasta que hayamos hablado. – dijo el portavoz de los halcones, nervioso y temeroso a la vez. – Sabemos de nuestras viejas enemistades, hemos estudiado la historia de nuestras luchas y de los pactos sagrados entre nuestros antepasados. Por eso dudábamos en venir… hasta que ya no hubo elección. Las circunstancias han agravado la situación hasta límites insospechados. Y creemos que debemos hablar y llegar a nuevos acuerdos, para común beneficio de todos.
- Hemos oído cosas. – contestó el águila designada para los parlamentos. – Pienso que os estáis refiriendo a las noticias que llegan de más allá de vuestro valle. Incluso hace tiempo que estamos enviando exploradores y las informaciones que nos llegan no son nada buenas. Pero, a decir verdad, estamos demasiado lejos todavía y vuestro amplio valle es, para nosotras, un escudo bastante bueno. No corremos peligro… por ahora.
- El peligro ya está cerca – dijo el halcón.- Más cerca de lo que parece. El enemigo es fuerte y ambicioso. Ha acabado con su territorio, ha conquistado y destruido el mundo de los ciervos y está atravesando las montañas que le separaban de nuestro valle. Pronto lo arrasarán también y llegarán hasta vosotras. Nunca pararán. Se reproducen muy rápido, son demasiado ambiciosos y no se conforman con nada ni respetan nada. No valen los pactos ni los razonamientos. Acabarán con todo.
Águilas y halcones se callaron, se miraron y se pusieron a pensar. La situación era muy grave y todos la veían así.
- En qué habéis pensado? – preguntó la más vieja y desplumada de las águilas.
- En alianzas y luchas. No nos queda otro remedio. Alianza de todos contra ellos. Y luchar hasta el final. Nos afecta a todos, a aves y animales grandes, sobre todo. Algunos, como gatos, perros y caballos, están ya casi totalmente dominados por ellos y no podremos tenerlos como aliados. Solamente con algunos desertores. Los animales pequeños pueden estar de nuestro lado si logramos explicarles el problema aunque algunos, a los que hemos hablado, no acaban de verlo. Creen que ellos podrán sobrevivir. Creemos que están equivocados, pero…
- El enemigo es muy fuerte – añadió el águila – Y lo es más cada día que pasa. Su especie ha desarrollado una gran inteligencia, lo hemos comprobado.
- Pero tienen un defecto. Un gran defecto que debemos tener en cuenta y aprovecharlo. Luchan contra ellos mismos y cada grupo se cree más listo y con más derechos que los demás. Su ansia de poder puede ser nuestra mejor arma.
Los halcones y las águilas firmaron pactos, mandaron emisarios conjuntos a otros valles y fueron uniendo a grupos como elefantes, jaguares, tigres, serpientes, grandes búhos, cárabos, orangutanes, leones, erizos y un montón de animales terrestres. Fue más difícil con los que vivían en el mar aunque algunos como pulpos, ballenas y tiburones se unieron a la Coalición.
Cuando algunos humanos se dieron cuenta, ya era demasiado tarde.
Ángel Lorenzana Alonso