Todo se olvida cuando te hundes en el río. Tu vida anterior, tus angustias y tus miedos. Todo se ahoga en sus aguas, se hunde en las profundidades y se pierde entre los remolinos del río.

Agua clara por un lado, agua turbia un poco más allá. Su agua clara te invita a bañarte, a meter tu cuerpo dentro y refrescarte en su suave líquido. Su agua turbia te induce a querer saber cuál es el misterio de su fondo.

Su agua te invita a olvidar aunque no quieras olvidar. Te incita, sin preocuparte siquiera,  a meter tu cuerpo dentro, a remojar tu mente. Y después…, después te olvidas. Y quieres volver a recordar y no recuerdas. Y quieres saber qué y cuánto has olvidado. Pero no puedes,

Y el agua vuelve a llamarte con voces que no conocías. Te lleva hasta su orilla y te invita, Te susurra, te llama, hace brillar sus aguas y el brillo llega hasta tus ojos. Y su recuerdo te ciega y vuelves a recordar tu olvido. Y recuerdas que olvidaste y que no querías olvidar.

La hierba de su orilla te invita a descansar. Los árboles te susurran y los pájaros se hacen cómplices para ayudarte a decidir. Y te decides. Y descansas en la orilla, Y el sol quema tu piel ya dorada del camino. Y te olvidas. Y el reflejo del río te vuelve a invitar, con sus aguas cristalinas, con sus rumores de salto de sus gotas sobre las piedras.

Y plantas tu tienda en el prado verde y contemplas el fluir de las aguas del río. Y la brisa mueve pequeñas olas saltarinas y todo te invita a hundirte de nuevo. Te invita a soñar y a que trates de olvidar.

Y procuras olvidar el pasado, que ya no sirve, y quedarte con los sueños, que son el futuro con el que tendrás que luchar.

El río te llevará, mojará tu frente mientras tu mente va olvidando. Aquellos recuerdos se van desvaneciendo y se mezclan con el agua y sortean las piedras del fondo para seguir saltando más abajo, siempre un poco más abajo. Y en cada salto te olvidas un poco más y te aferras solo a los sueños, a lo que viene después, a ese pequeño camino que aún te queda por recorrer.

Todo lo anterior ya no cuenta. Se ha olvidado en el río, se ha perdido entre las piedras del fondo. No creo que la brisa lo haya recogido. Quizá ya no merezca la pena. Ya se fue. Se ha ido sin que te dieras cuenta. Se ha ido si decirte adiós. Ha quedado atrás, muy atrás, olvidado a su pesar, lleno de nostalgias. Pero ya no es real.

El río, siempre el río. Lo conoces bien aunque cambia constantemente y nunca es el mismo. El agua de ayer está ya muy lejos, río abajo. Y ha llevado tus recuerdos. Has dejado que los llevara. Su agua es traicionera, pero te lleva y te atrae. Y hace que olvides, que dejes que lleve tus recuerdos, que rompas los hilos de un pasado que ya no necesitas, un pasado que se ha ido, un pasado que ya habías casi olvidado.

Buscabas poder recuperarlo, pero el río no te deja. Sabe que lo ibas a intentar y por eso lo ha ido llevando un poco más abajo, un poco más allá, donde ya no puedes alcanzarlo. Sus pequeñas olas se mueven siempre en la misma dirección. Y no pueden volver. Quizás es que ya no quieren volver. Han comprendido que su destino está mucho más allá, unos cuantos recodos más abajo, mucho más cerca del mar, su último destino.

Han visto cómo tu cuerpo se iba acercando. Cómo ibas mirando al río. Y cómo, de vez en cuando, mirabas atrás. E incluso, a veces, te dabas la vuelta y corrías para alejarte. Pero, una y otra vez, al escuchar la voz del río, sus susurros y gemidos, tus pies te acercaban al agua. Querías ver tu cara reflejada, querías sentir en tu piel el frescor, querías tocar las piedras del fondo con tus pies desnudos.

¡No vayas!, te susurraban los árboles de la orilla. ¡No entres!, te gritaban los pájaros. ¡No te acerques! , te decía el murmullo del viento. Y todos, árboles, viento y pájaros querían retenerte, querían impedir que llegaras al río.

Pero fuiste y tu piel se llenó del frio del agua. Y olvidaste. Dejaste muy atrás tus recuerdos y el río se los llevó.

Y solo recuerdas el río.

 

Ángel Lorenzana Alonso