Desde la silla en la que veía el concierto, respiré risas y alegrías. Los dos concertistas, Raúl Azores, clarinete y Norberto Magín, acordeón me entraron por el corazón desde el minuto cero. Escucharles era como comer aquellas migas tan ricas que quedaban en la mesa cuando madre partía la hogaza recién sacada del horno. Recuerdo que nos las repartíamos entre mis hermanos y yo como si fuera el manjar, que lo era, más rico del mundo. Y a eso me estaban sabiendo las interpretaciones de aquellos dos extraordinarios instrumentistas. Pero además, fueron contando una historia para explicarnos la procedencia de las canciones y de sus creadores, que nos arrancaba risas y bienestar por doquier. A su creatividad como solistas, hay que sumar su creatividad como contadores. Tan bien me estaba sentando el concierto que se me olvidó aquella pena tan comevidas que me rondaba desde hacía un tiempo. Poco a poco, entre risas, emoción hasta de vísceras por su forma de interpretar, por la humildad y elegancia con las que los dos concertistas llevaron a cabo su lección de música y vida, sin olvidar la gran empatía y cariño con los que ambos se trataban, se me calmaba el alma.
Sirva este relato, inventado, para dar las gracias y la enhorabuena a Raúl Azores y a Norberto Magín, porque con conciertos así, se sanan hasta las entrañas. Qué bonito lo hicieron, qué trabajo tan bien llevado a cabo, qué lujo poder escucharles. Hacer sentir a los demás como ellos lo hicieron, me lleva a pensar que pese a todas los defectos, inseguridades, egocentrismos y demás ornamentos que nos cuelgan por los cuatro costados, tenemos facultades, cada uno las suyas naturalmente, que sabemos utilizar si nos lo proponemos. Escucharles supuso salir del concierto con una inyección de buen gusto hasta en las articulaciones, la de la mandíbula bien drenada gracias a su forma de estar y contar.
Lamiguería: Escribiendo esto, se me viene a la sesera que sería mucho mejor tener empresas donde fabricar instrumentos que facilitasen la calma a los seres que habitamos este planeta, en vez de seguir manteniendo el gran negocio de las armas de destrucción. Mucho mejor preparar a las personas para que tengan criterio propio y sepan involucrarse en el conocimiento de las cosas y en el respeto por uno mismo y por lo demás. Si así fuera, no harían falta fronteras, ni tantos hospitales. La salud mental, espiritual y física, intuyo que depende mucho, del estado del bienestar. Y eso fue lo que nos inyectaron Norberto y Raúl, bienestar a risa batiente. Gracias, muchas gracias.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.