QUE SE CALLEN LAS ARMAS ¿Y los muertos, y los desaparecidos? / ¿Y las ruinas, y las escuelas? / ¿Y los hospitales y las casas? / ¿Y los alimentos, y las cosas? / ¿Y los árboles, y los patios? / ¿Y los juegos, y los vacíos? / ¿Y los sueños, y las alas? / ¿Y las barrigas agujereadas por el dolor? / ¿Y las manos para levantar el peso / dejado en la tierra por la destrucción? / ¿Qué oración lavará la sangre / atiborrada por el veneno del odio? / ¿Y la tierra abonada de escombros, / será sometida otra vez por las fronteras? / ¿Qué canción sonará ahora en el corazón / del niño que se ha quedado sólo, / en el desierto de las no caricias, / con las que los suyos ya no abrigarán, / su corazón helado y sólo? / ¿Y los desaparecidos, tendrán sed, / bajo tantos kilos de materiales ácidos? / ¿Quién les dará de beber? / ¿Dónde aprenderán las niñas a ser iguales? / ¿Dónde dejarán los niños su cáscara de macho? / Una ayuda para Gaza. / Una limosna para su reaparición en el mapa. / No caben las pérdidas en ningún mapa, / ni cabe el hambre, ni la sangre pisoteada. / A pesar de todo, hay que celebrar, / no se sabe por cuánto tiempo, / que la batalla descanse. / Y que descansen en paz los muertos. / Y que resuciten las ganas. / Y los desaparecidos recuperen su lugar. / Y que vuelvan los patios a tener niños. / Y que se callen las armas. / Y que se callen las armas. / Y que se callen las armas.
Este poema quiere ser una bala de energía para las personas que han perdido tanto, o todo, o casi todo, en cualquiera de las contiendas que se libran cada día en tantos lugares del mundo. Quiere ser una bala de energía, que es de lo que deberían estar fabricadas todas las armas, de energía, pero de la buena, de la que construye, de la que dignifica, de la que respeta, de la que hace caminos por los que transitar sin miedo ni dolor.
En Gaza se ha iniciado un alto al fuego que traerá algo de luz, no solo para Gaza, sino para todo el planeta porque cada invasión, cada guerra, cada catástrofe producida por el hombre descoloca los hilos que mueven la vida. Cada aberración cometida por el “animal inteligente” que puebla el mundo, desemboca en el delta del odio, allí van a parar todas las alimañas que se alimentan de dolor y destrucción.
Lamiguería: ¿Cuánta energía se necesita para fabricar un fusil, un cañón, un tanque, un avión de guerra, un dron que lleva la muerte en su panza? ¿Cuánta energía se necesita para mantener la industria de la guerra? ¿No sería más productivo emplear esa energía en educación, salud, ciencia, investigación…? Pues eso: que se callen las armas.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.