Estoy oliendo.
Estoy viendo.
Estoy tocando.
Estoy oyendo.
Estoy saboreando.
Estoy así.
Estoy usando mis seis sentidos.
SEXTO SENTIDO Capacidad de percibir de manera intuitiva lo que de ordinario pasa inadvertido», dice la Real Academia de la Lengua
En la cultura popular, el sexto sentido está asociado con la percepción extrasensorial, la clarividencia, la premonición, la intuición, la capacidad de comunicarse con un mundo habitado por ángeles y fantasmas.
Pero los científicos conocen uno menos esotérico.
Se llama propiocepción y los expertos lo conocen desde hace más de un siglo.
Lo que no sabían era cuánto dependemos de él… hasta ahora.
¿Qué es?
La propiocepción es la consciencia que tiene el cuerpo de dónde está en el espacio.
En otras palabras, es el que nos permite saber en qué dirección se están moviendo nuestras articulaciones, que nos hace percatarnos de nuestra postura y equilibrio.
Es ese que, por ejemplo, te ayuda a recuperar el equilibrio cuando lo pierdes.
Es por eso que es diferente a los 5 que conocemos: resulta que esos pertenecen al grupo de los «sentidos de exterocepción»-con los que percibimos el mundo exterior-, mientras que el sexto es de interocepción.
Un desorden sin nombre
«La más bella demostración de la propiocepción en acción es ver a (la gimnasta estadounidense) Simone Biles cuando está dando volteretas en el aire», ilustra el doctor Carsten Bonnemann del Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos y Derrames de Estados Unidos.
Bonnemann, quien se especializa en diagnosticar enfermedades genéticas desconocidas en jóvenes, se topó con dos casos reveladores.
Se trata de una niña de 9 años y una joven de 19 que sufren de un desorden sin nombre y extremadamente inusual.
El doctor notó similitudes en los síntomas físicos de sus dos pacientes y condujo análisis genéticos para ver si tenían mutaciones en común.
Encontró una mutación en un gen -el PIEZ02- que ha sido asociado al sentido del tacto del cuerpo y su capacidad de coordinación.
Paso seguido, invitó a Alexander Chesler, un neurólogo especialista en ese gen, a que lo ayudara a estudiar a sus pacientes.
Sorpresa
A Chesler no le sorprendió tanto la rareza de la enfermedad de las chicas como el hecho de que estuvieran vivas.
Cuando se había manipulado el PIEZ02 en ratones, el resultado siempre había sido fatal, así que se pensaba que era indispensable para vivir.
«Tratar de entender la propiocepción haciendo experimentos en ratones fue como tratar de entender a Beethoven leyendo una página de una partitura. Pero cuando hablé con las pacientes, fue como escuchar una sinfonía», le dijo Chesler a la cadena de radio pública de Estados Unidos, NPR.
Bonnemann, Chesler y un grupo de investigadores hicieron una serie de pruebas y, como ocurre a menudo en la ciencia, aprendieron mucho sobre lo que es posible gracias a la propiocepción estudiando lo que las pacientes no podían hacer.
Descubrieron, por ejemplo, que, además de carecer del sentido de propiocepción, sin este gen, aunque percibes cambios de temperatura y dolor, no puedes sentir que te están tocando.
Que por no contar con él, las chicas nunca corrían o brincaban, pues eso requiere un control preciso de las extremidades.
El gen de los bailarines de ballet
El equipo de investigadores publicó su primer estudio en The New England Journal of Medicine.
Pero esto es sólo el principio.
El avance abre la puerta para explorar posibilidades que van desde vínculos entre la propiocepción y el desarrollo del esqueleto, hasta su contribución a que seamos más o menos ágiles.
Al fin y al cabo, pocos llegan a ser Biles o pueden bailar como Rodolfo Nureyev y Margot Fontain.
¿Será que el PIEZ02 es el que determina cuán torpes somos?
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