Fue cuando el silencio se rompió en miles de estrellas y como perseidas perdidas se fueron acallando en la noche de luna. Fue cuando la luna apenas comenzaba a asomar su hilo de plata y cuando iba creciendo ante nuestros ojos. Fue, ¿te acuerdas?, cuando todo un mundo se llenó de sentido y cuando se reveló ante nosotros como si fueramos dos perfectos desconocidos.
Miles de años se quedaron en el vacío de ese silencio roto, miles de suspiros se hicieron realidad y un millón de sueños empezaron a forjarse. Tu mano rozó mi mano y nos fundimos en un abrazo… y mis labios rozaron tus labios… y la noche se llenó de colores y la luna, nuestra luna, empezó a tener un sentido diferente.
Miramos hacia el mundo perdidos en el anhelo de años de espera y nuevamente dejamos que nuestros labios hablaran sin hablarnos y nuestros ojos miraran mucho más dentro, mucho más dentro.
Y después, en un envuelto de sábanas, recorrí tu cuerpo con mis besos y descubrí tu esencia en mis labios mientras te sentía. En una noche llena de luces parpadeantes, llena de ti y de mí, llena de lunas y de peces de colores, en una noche sin otras noches con posible comparación, te abracé y me abrazaste, y me llenaste de ti y quise llenarte de mí hasta que rebosara tu misma esencia de mujer.
Me sentí atrapado en tus brazos y me quedé pegado a ti como si nunca antes te hubiera conocido. Volví a besarte, a recorrer tu pelo, tu cuello… y a sentirte tan cerca que apenas si podía moverme, tan cerca que mi aliento y tu aliento se confundieron en un último suspiro antes de quedarnos dormidos con mis brazos alrededor de montones de dichas enredadas en tu piel.
Aún estamos dormidos. ¡No te despiertes, mi preciosa niña!. Aún quiero quedarme así, en ese mundo vacío de todo, con solo tú y yo en medio de la nada y con solo una luna, esa nuestra luna, como compañera de viaje.
Angel Lorenzana Alonso