En septiembre de 1730, la tierra se abrió en Timanfaya. La lava corrió durante seis años, sepultó nueve pueblos y modificó por completo la isla de Lanzarote. Los cambios atmosféricos que provocó hace siglos aquella erupción o la del Tambora, en Indonesia, que ocultó la luz solar durante meses, también dejaron su rastro en los bosques centenarios ibéricos.
El rastro químico de los gases que liberaron a la atmósfera las erupciones volcánicas de los siglos XVIII y XIX puede identificarse hoy día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos, revela un artículo publicado en la revista Science of the Total Environment en el que participa la Universidad de Barcelona (UB).
Erupciones como las del volcán Timanfaya en Lanzarote –una de las más poderosas en todo el país por su duración hasta 1736 y el volumen de materiales arrojados– y el Tambora –uno de los mayores episodios volcánicos, que condujo al ‘año sin verano’ en 1816– desprendieron enormes cantidades de hierro que modificaron la composición química de los anillos anuales de crecimiento de los árboles pirenaicos.
Según el artículo, el estudio del registro de los anillos de crecimiento de los árboles (dendrocronología) podría ayudar a conocer la frecuencia y la intensidad de los fenómenos volcánicos en la era moderna.
El nuevo estudio, liderado por la experta Andrea Hevia, investigadora del Centro Tecnológico Forestal y de la Madera (CETEMAS), en Asturias, ha analizado los cambios temporales de la composición química en los anillos anuales de crecimiento de los árboles centenarios de los Pirineos, en especial los de los bosques subalpinos de pino negro (Pinus uncinata) de los parques nacionales de Ordesa y Monte Perdido y Aigüestortes i Estany de Sant Maurici.
La investigación ha permitido analizar por primera vez los efectos del cambio climático sobre los ciclos de nutrientes en los bosques, y ha confirmado que los bosques pirenaicos pueden registrar la huella química de episodios a nivel global (por ejemplo, las erupciones volcánicas en lugares remotos) y los efectos de las emisiones de gases a la atmósfera desde la revolución industrial.
Tal como explica la profesora Emilia Gutiérrez, del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la UB, «la información registrada por estos árboles que crecen a altitudes superiores a los 2.000 metros es representativa de los cambios globales, ya que su crecimiento no está influenciado por los efectos de las actividades humanas locales».
Los expertos han analizado los cambios atmosféricos en los últimos setecientos años –con resolución anual e incluso estacional– a partir del análisis de los anillos de crecimiento de los árboles. El estudio revela un incremento del contenido en elementos como el fósforo, el azufre y el cloro a partir de 1850, cuando se inicia la revolución industrial en Europa.
También se han analizado datos de elementos químicos esenciales en el desarrollo de la madera, como el calcio. «La fijación de estos elementos en los anillos de crecimiento de la madera se ha visto además favorecida por el aumento de las temperaturas a nivel global», comenta Hevia.
Los árboles, centinelas del cambio global en el planeta
Según el estudio, los árboles que crecen en lugares con suelos más alcalinos (por ejemplo, gran parte del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido) podrían tener una mayor capacidad de amortiguar los fenómenos de acidificación global, al contrario de lo observado en lugares con suelos más ácidos (por ejemplo, el Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici).
«El aumento de las emisiones de sulfatos y nitratos a la atmósfera puede limitar la fijación en el suelo y la absorción por parte del árbol de elementos esenciales como el calcio, el magnesio o el manganeso, entre otros, todos ellos esenciales para el crecimiento y desarrollo de los bosques», detalla Gutiérrez.
El estudio de los efectos del cambio climático en esta región y de la variación histórica de elementos químicos en los árboles puede contribuir significativamente a conocer los efectos potenciales que podrían soportar muchos de los bosques de coníferas en el siglo XXI, apuntan los autores.
Referencia bibliográfica:
«Towards a better understanding of long-term wood-chemistry variations in old-growth forests: A case study on ancient Pinus uncinata trees from the Pyrenees», Science of the Total Environment
Fuente: Universidad de Barcelona / SINC